Jean Petitpas: «Irrumpir en este cotidiano alienante»
Se define como un tipo libre y que tiene la suerte de ejercer un oficio del que puede subsistir, lo cual nos cuenta hoy parece algo no menor. Jean Petitpas ingresó en 1999 a estudiar Arquitectura en la e[ad], egresando el 2005 y manteniéndose hasta 2009 en el rol de ayudante, de Salvador Zahr y Fabio Cruz, donde forjó una relación con la docencia. Se concibe como alguien que deambula entre la escultura y la enseñanza, donde tiene que ver el perfil, finalmente, de aprender de qué es capaz uno en esta aventura que es el descubrir.
¿En qué se encuentra tu desarrollo laboral actualmente?
Trabajo firme en escultura, por encargo principalmente. No tengo relación con ninguna galería ni promotor de mi trabajo, ha sido algo bien autogestionado, quizás producto de que tuve la suerte de pasar por unas bonitas oficinas de arquitectura en las que logré enquistarme en ese mundo, el de los arquitectos que hacen lo que les llama la atención. Y ha resultado bien. También trabajo de la mano de varios decoradores, o de inmobiliarias que quieren distinguir de alguna manera los espacios de sus proyectos, de sus obras, de sus edificios. Y también con algunos coleccionistas, para mi gran satisfacción. Te mentiría si te dijera que no me siento parte de esa veta.
¿Qué te llevó hacia la escultura?
Desde el principio de mi paso por la Escuela, las maquetas eran objetos en sí mismos. Eran extremadamente plásticas, rehusaba, en un uso estricto, el papel, y salía a cachurear, a encontrar materiales, y metía fibras de vidrio, bronce, placas de offset. Siempre estaba el objeto a escala natural, por sobre la visión de una construcción a escala. Me abocaba a la maqueta como si fuese una pieza en sí misma, más allá del ejercicio de traducir el modelo a una escala sugerida. Estas maquetas eran objetos muy plásticos, muy raros, y mis compañeros de curso bromeaban con eso, me decían «oye si el Instituto de Arte está ahí en la calle Ecuador».
Me titulé con Salvador y José Balcells, lo que fue bien importante. Entendía que estaba esto de la escultura, que había sido de los pilares fundamentales en la Escuela y que su exponente, en esos momentos, era José. Entonces lo busqué y también la posibilidad de titularme con él, amparado por Salvador, de quien fui ayudante muchos años. Terminé mi paso como ayudante de la Escuela instalando dos o tres esculturas en travesías, y después me invitaron a hacer un trofeo para la Copa Fabio Cruz, y de ahí agarré confianza.
¿Cómo impacta tu labor en la sociedad/comunidad?
Propone varias cosas que son súper necesarias y a las cuales se les ha restado importancia, cosas elementales. Si uno revisa las instancias en las que se suspende el pensamiento como automático, y se torna hacia la contemplación, objetivo que comparte con la observación, aparece en escena el resto de los sentidos. Tiene que ver con un restauro, con un nuevo trato entre el tiempo y el espacio, con la demora, con una exigencia, una investigación respecto a las posibilidades físicas, materiales, luminosas; a cómo irrumpir en este cotidiano que parece alienante.
A mí me gusta mucho una anécdota de una travesía en la que estuvimos con Fabio Cruz en Concepción del Paraguay. Armamos una escultura que era monstruosa, casi bélica, parecía una trampa para osos gigantes. Y Fabio decía «mira, esto más que una escultura es un caballo de Troya, porque se presenta como un regalo, pero en realidad lo que les dejamos es un problema», porque se agarraban la cabeza con las dos manos tratando de entender para qué sirve, porqué traen esto para acá. Y eso me encanta, cuando uno se descubre un poco en esa gratuidad, en esa aventura. Yo no la cambio por nada.
Con todos los cambios sociales que han ocurrido ¿Cuál es tu mirada respecto de cómo se inserta la arquitectura o la escultura en Chile?
Es lo que persiste. Tanto el arte como la arquitectura es lo que persiste, comparten esa lentitud, esa porfía. Ninguna arquitectura ni arte habría evitado esta crisis ¿Por qué? Porque no han sido lo suficientemente responsabilizadas como debiesen, no se le ha otorgado la posibilidad o la categoría de elementos transformadores de la sociedad, como lo podrían haber sido. Creo que hace mucho rato el arte y la arquitectura son expresiones áridas, deshumanizadas, caprichosas y pobres, por lo tanto, fueron desplazadas dentro de lo que se podrían considerar actores o agentes transformadores de un pueblo. Al quedar marginadas pasan a ser nuestras anclas, pasan a ser lo estable, lo imperecedero; en ese sentido se constituye en una buena o mala referencia para poder volver, se reducen a lugares. Son meras referencias, no agentes transformadores.
Según tu experiencia, ¿Cuál es la esencia de nuestra Escuela?
Primero, enseñar a aprender. Esa avidez, esa voluntad de llevar las manos por delante, esa energía para cometer y participar de la construcción del mundo.
No basta un edificio para participar de la construcción del mundo, tenemos que hablar y abordar una obra. La Escuela es una obra que tiene tanta propiedad en el campo de la existencia como de la subsistencia, ha custodiado un exquisito equilibrio en ese sentido. Ha formado a arquitectos y diseñadores, entre comillas, porque desde la Escuela surgen muchas otras variaciones del ejercicio, pero lo ha hecho con un afán de plenitud. En ese sentido, puede que sea una Escuela profundamente mística, existe el afán de aventura, existe el poder en el mensaje, la demostración, el compromiso, la nitidez, por parte de los que van quedando, gente totalmente consecuente, que me mostró un mundo bello; la Escuela nos invitó a reparar en que la belleza estaba ahí y había que elogiarla, demorarse en ella.
¿Qué elementos distintivos de la e[ad] crees que se impregnaron en tu forma de hacer las cosas?
El compromiso con la construcción de un lenguaje. No es una obra de la mera posibilidad, del accidente, de la ocurrencia, si no que se refiere a una gran obra de largo aliento, en lo que yo estoy, por ejemplo, y eso me viene de ahí. Está desde el primer día instalada, la voluntad de invención y el compromiso con la invención, porque muchas invenciones quedan en la orfandad, pero aquí hay una consecuencia, un compromiso con esta vocación de desentrañar finalmente cómo acontece la vida en América. Existe esa pregunta y no ha dejado de estar, y a través de la Escuela hemos tenido la posibilidad de conectarnos con esa cuestión.
¿Qué es lo que más recuerdas de tu paso por la escuela, más allá de las clases?
Yo soy de los que se fue de Santiago a estudiar a Viña, entonces pasaba gran parte de mi tiempo libre en la Escuela, no iba a la casa a hacer la vida familiar, si no que ese era mi polo. Por lo tanto, siento que establecí unas bonitas relaciones con compañeros y profesores, que veían a un tipo bastante inquieto y prolífico, trabajólico, intenso. Recorría las entregas de los otros años hasta agotármelas. Yo no era un alumno de siete, pero era un tipo que se consumía en el ejercicio. Me pasaba algo como que nos olíamos los que teníamos esa vocación, nos reconocíamos y se instalaba una comunidad entre quienes nos tomábamos en serio este paso por la escuela, y hasta el día de hoy conservo relación con estas personas. Sentíamos que estábamos siendo parte de ese espíritu, estábamos recogiendo el guante de alguna manera.
Con la observación tuve una relación muy esquiva, recién me estoy encontrando con ella. A mí me llegó mi noviazgo con la Escuela en el título, cuando me iba a pasar días enteros al taller de José; llegaba a las nueve y me iba a las nueve, quién sabe cómo, a esperar la micro a Valparaíso, o caminando muchas veces hasta Concón, fue un pequeño apostolado que me mandé ahí. Fue íntimo, fue padecer efectivamente esa soledad creativa. La observación, hoy día, es lo que a uno le permite tomar partido ¿En lo que estoy ahora —uno se pregunta—, es con el brillo, con la opacidad? ¿Es con el tacto, o con lo concentrado o lo disperso? Y uno se responde con la observación, y lo bonito es que, como la observación está en todas partes, uno se asoma por la ventana o repara en algún rincón del taller, y ahí está la respuesta.
¿Qué consejo le darías a las generaciones que están egresando este año?
No pierdan el tiempo, que tengan la mejor disposición posible, que ante la duda arremetan con fuerza y que de este modo, descubran de qué son capaces.
Si tuvieras que asociar una frase a la Escuela, ¿Cuál sería?
Citando a Alberto Cruz:
La Arquitectura le da casa a todo lo que el Hombre es.