Beatriz Valenzuela: «Develando lo oculto»
A pie de la cordillera, en Machalí, reside actualmente Beatriz Valenzuela, quien pasó por las aulas de la e[ad] entre 1982 y 1989 para transformarse en Arquitecta. Hoy es Secretaria Ejecutiva de la Fundación Gaudí, y se dedica a develar la belleza de lo que está oculto, afirma ella, mediante la restauración arquitectónica. En gran medida, esto se debe a su tránsito por la Escuela y su enfoque poético el cual le hizo mucho sentido “en un mundo que tiene poca poesía”, afirma.
¿En qué se encuentra tu desarrollo laboral actualmente?
Estoy armando proyectos para el próximo año. Identifico barrios que hay que mejorar, con construcciones existentes; usualmente son barrios con muchos edificios. Armo un plan, organizo a las comunidades y les presento un proyecto para mejorar, rehabilitar o restaurar ese conjunto arquitectónico. Normalmente son de 14 a 25 edificios lo más grande que rehabilitamos, y le entregamos a la comunidad propuestas tecnológicas que permitan acondicionar técnicamente las casas, además de presentarles alternativas cromáticas de tal manera que el barrio quede armónico, y que tengan la posibilidad de elegir dentro de una gama que nosotros les damos con personas especialistas en color.
En Rancagua existe un conjunto arquitectónico importante llamado la población El Manzanal, construido en 1973. Son 41 edificios de cuatro pisos cada uno, con cerca de 630 departamentos en total; actualmente ya terminamos la mitad de ellos. Tomamos los edificios en conjunto y no de forma individual, para que los barrios se transformen gradualmente.
¿Por qué llegas al mundo de la rehabilitación arquitectónica?
Me motiva mejorar lo existente, es algo que me gusta. En el equipo nos motiva mucho a su vez, contribuir con los grupos sociales, como los adultos mayores que viven en esos lugares; y también por un tema ambiental. Renovar estos espacios significa que la gente deja de usar calefacción contaminante, por ejemplo, especialmente acá que estamos en una zona súper contaminada. Acercar la política pública también, porque esto lo conseguimos con financiamiento del Ministerio de la Vivienda en general, u otros ministerios, y me parece muy importante para las comunidades que viven muy solas y con poca ayuda, como los adultos mayores nuevamente. Hay motivaciones sociales, ambientales y arquitectónicas que hacen que organicemos a las comunidades para que obtengan beneficios, y la ciudad vaya ganando.
¿Cómo impacta tu labor en la comunidad?
Por ejemplo, tecnológicamente la gente deja de ocupar estufas. Acá es un lugar muy helado, grados bajo cero, por las mañanas todo se congela. Pero la gente casi no enciende estufas y muchas señoras me dicen que ya no usan scaldasonno. Y uno está feliz de que ellos puedan ahorrar sus recursos y no gasten dinero en calefacción, además que la ciudad se va renovando. Hay un fenómeno de empobrecimiento de la ciudad, creo que mejorar esos lugares existentes deficitarios, es algo que nos motiva mucho. No nos quedamos en la crítica que la ciudad es fea, si no que tenemos la oportunidad de acercarnos a la autoridad que toma decisiones, de dar una oferta y hacernos cargo de esto, para hablar y organizar a las comunidades, incluso algunas veces jurídicamente, y también de acompañamiento social durante toda la obra.
Con todos los cambios sociales que han ocurrido ¿Cuál es tu mirada respecto de cómo se inserta la arquitectura en Chile?
Más que insertarse, continúa. Debo decir que la actitud que tenemos siempre es propositiva, no es desde el reclamo ni de la queja; con las herramientas existentes vamos a colaborar con las comunidades que lo requieran ¿Cómo se inserta? Lo que nos resuena mucho es la resignificación del patrimonio histórico, porque con el Estallido Social hay harto que decir en ese sentido. Una línea de nuestros vecinos se dedica al patrimonio nacional, a la conservación de monumentos históricos. De hecho, hemos rescatado casi cien casas históricas en el centro de Rancagua, también rescatamos el pueblo de Zúñiga, que es Zona Típica. Permanentemente estamos asesorando al obispado para recuperar todos los templos que se cayeron con el terremoto, llevamos doce años y aún no se termina.
El patrimonio significativo es aquel que lo valora la comunidad, no porque un académico lo diga o una institución lo nombre, no basta con eso, lo importante es que la comunidad lo valore.
Pero me quedo con una preocupación, que tiene que ver con el tema del rescate patrimonial. Hay una tarea pendiente desde la educación por contar la historia de esos lugares valiosos. Lo digo por la falta de conocimiento de lo destruido, no de los espacios que hay que resignificar. En el centro de la de Rancagua, donde acontecieron hitos importantes de nuestra historia, como la independencia de la corona española, lo destruyeron. De verdad no lo entiendo, se vandalizaron lugares con valores históricos
Según tu experiencia, ¿Cuál es la esencia de nuestra Escuela?
La libertad. Obviamente la observación nos lleva a tener esa libertad creativa; y la inspiración poética en un territorio hace que observemos para crear. O sea, es algo que nadie me va a sacar de adentro, quedó ahí. Lo esencial de la Escuela es, como tantas veces nos decía Godofredo Iommi, «cuando se tiene tiempo, se tiene la libertad», que es de Rimbaud, creo; y es una frase que vuelve, me resuena, me inspira y me motiva. Que no nos atemos a las estructuras, porque nosotros sabíamos que en este mundo cotidiano y real es muy difícil crear otros mundos, porque todo es difícil, pero se puede. Esa libertad y seguridad en que este es el camino me lo dio la Escuela, no otra cosa.
¿Qué elementos distintivos de la e[ad] crees que se impregnaron en tu forma de hacer las cosas?
La visión poética, absolutamente. Lo que me inspira es lo que me mueve, e inspirar es hacia adentro, entonces la inspiración viene de la poesía. Yo me dedico al patrimonio porque resuena en mí una frase poética de Amereida, que es sacar el velo a aquello que está oculto; eso es lo que inspira mi oficio como arquitecto. Y es el patrimonio histórico; cuando entro en una casa vieja yo sé que hay una belleza oculta y que está totalmente velada, que es como esa belleza que aparece cuando uno levanta el velo de la novia. La Escuela está tan dentro de mí que esa visión poética me hace revivirla cada vez que me enfrento a una restauración arquitectónica, y estas rehabilitaciones de conjuntos arquitectónicos lo son. Me ha hecho mirar, desde ese verso amerediano, toda mi vida profesional. Sé que allí hay belleza y sé que hay que develarla.
¿Qué es lo que más recuerdas de tu paso por la escuela, más allá de las clases?
Lo más bonito era la relación con nuestros profesores y profesoras, esa relación humana, cálida, acogedora de todos ellos. Había algunos más crispados que otros, obviamente, pero en general la humanidad, los valores que nos entregó Fabio Cruz, por ejemplo, quedan ahí. En tercer año Fabio fue mi profe. Él decía que lo importante es la gloria, no la fama. Es enfrentar tu oficio como arquitecto con esa frase que la tienes muy dentro, porque conociste, además, personas que hablaban de eso, que lo vivían así. Nos mostraron una amabilidad, una hospitalidad que está más allá del oficio.
¿Qué consejo le darías a las generaciones que están egresando este año?
La vida real, el viento, el cuerpo y todos los sentidos tuyos, no lo cambia la tecnología. Tienes que estar inmerso y sentir el viento en tu cara para poder, cuando entres a una obra, construir espacios bellos, donde estén todos los sentidos de quién lo va a habitar. Porque vas a poder lograr la elección correcta de los materiales, de los colores, de la luz del lugar que vas a construir. Entonces los veo muy pegado en las pantallas, en las modelaciones y cosas que son herramientas, que son importantes cuando te facilitan el diseño, pero son eso, herramientas. El viento está ahí, los olores están ahí, todo eso te tiene que estremecer para tener la libertad de poder crear, y no ser prisionero de la tecnología.
Si tuvieras que asociar una frase a la Escuela, ¿Cuál sería?
La Escuela es sacar el velo a aquello que está oculto.