septiembre 6, 2019

Presentación del libro «La Ciudad Teatro» en el Parque Cultural de Valparaíso

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El jueves 1º de agosto se presentó en el Parque Cultural de Valparaíso el libro La ciudad teatro. El lugar de la escena y otros lugares, del arquitecto y profesor de nuestra Escuela,  Andrés Garcés; diseñado por el Taller de Ediciones e[ad] y editado por las Ediciones Universitarias de Valparaíso. A continuación transcribimos los escritos leídos en esa ocasión por Isabel Margarita Reyes y Manuel Sanfuentes, ambos profesores de la Escuela.

1.

Este acto,
esta reunión que realizamos aquí,
a la cual hemos sido con-vocados,
es la «presentación» del libro de Andrés Garcés La Ciudad Teatro.
Quisiera detenerme en la palabra «presentación», por un instante.
Presentación cual traer a presencia el libro que está allí, cerrado.
Un acto de entrada al libro, a su texto, que lo trae a presencia.
Al hojear el libro uno repara en que es un libro dibujado.
Los dibujos lo detienen a uno y se entra al libro a través de ellos.
Así, esta presentación, cual entrada, quiere darse a través de los dibujos y no del texto cual primera detención que corresponde, creo yo, a su presentación.
Pero los dibujos, en realidad, representan. Representan lo que se está viendo delante de los ojos en los croquis de observación y lo que se comprende de ello en los esquemas que muestran la forma y la figura de esos espacios.
Son, así, la primera entrada al libro desde la presentación y la representación.

2.

El libro trata de la Ciudad Teatro.
Teatro.
El teatro cual «representación».
Volver a traer a presencia, en acto, una acción.
En acto, ahora y aquí. Una acción que se imagina o que se dio en otro espacio o lugar o tiempo.
Los dibujos nos traen a presencia esos otros lugares y tiempos.
En los 4 primeros capítulos desde su evolución histórica. Pues el teatro cual acción representativa se da en edificaciones, en obras de arquitectura. Estas no sólo acogen las representaciones teatrales sino también el espíritu de una época. Así, históricas.

En el origen, los griegos.
Dibujos expresivos de la ubicación del teatro cual puente entre la extensión natural – el paisaje
el horizonte del mar,
las nubes del cielo – lo más alto
y los espectadores.

Los espectadores acogidos en una parte, en un pedazo de esta extensión mayor.
Una mitad de espacio.
El hombre edifica una mitad aquí que se completa afuera, en la extensión.
Desde lo menor a lo mayor.
Cual si la representación teatral viniera a traer o tener en presencia el lugar concreto donde se dio y ahora se vuelve a dar la acción.
Se trata, así, de un puente entre dos tiempos:
aquello que sucedió y que se actúa en el teatro
y aquello actual, presente a lo cual se asiste.
Presentación y representación.
¿Será este puente entre la presentación y la representación el arma o artificio de la «catharsis griega»?

3.

Pero, sigamos:
Ya entonces el teatro, desde sus orígenes, se dio en un ruedo que hacía de recinto.
Pero, en la Edad Media, las ciudades construían su recinto.
Así, se produce en esta época un retiro del exterior –cual extensión natural– para quedar dentro.
Dentro de la ciudad.
Pero, a su vez, en la presencia,
– a través de los símbolos que enseñan al pueblo y a todos–
la presencia de lo más alto.

Así, se da allí, en las procesiones por las calles de la ciudad que culminan en los atrios de las iglesias,
otra realidad de lo público del teatro.
Pues, la iglesia al fondo cual culminación, entrega el sentido de los actos teatrales: juglares, trovadores y señores reunidos en lo mismo que es su condición humana.
La ciudad los acoge a todos
en sus escaleras que se alargan
bajando a las plazas rehundidas para la reunión de todos y remarcadas por su espesor de sombras en los bordes de estas plazas cóncavas.

Este sentido del teatro en un ir alargado
que culmina en un recinto o ante la fachada de la iglesia
se puede ver en la oblicuidad de la mirada en el dibujo del Arcángel San Gabriel. Aquí y allá.
Se trata de un aquí que se extiende a un más allá.

4.

Un tercer momento o época del teatro.
Si la procesión –en el momento anterior–
avanzaba a su culminación,
esta vez,
el teatro se cierra.
Pero, cual edificación, extiende el escenario hacia atrás: Palladio.
Son estos uno espacios intermedios entre lo bi-
y lo tri-dimensional.
Un « trompe l’oeil » que acentúa la profundidad.
Pues el acto teatral se da en una proximidad otorgada por la vertical.
El escenario es, así, un espacio ubicatorio.
Ya no con la presencia de la extensión cual lugar existente y presente en los griegos o en la ciudad, en los medievales,
sino esta representación, en el edificio, de lo que, a su vez, se presenta en el teatro.
Esto pide que la edificación del teatro se extienda, equivalentemente, en todas direcciones.
Y allí se da la verticalidad de lo cúbico: Brunelleschi.
Pues todo ha de concurrir a la escena.
Es la construcción de una direccionalidad hacia un único centro: el de la escena al fondo.
Adelantándose, entonces, el proscenio
en el teatro isabelino circular.
Pues, ya entonces, la representación teatral concluía en una fiesta en el mismo lugar.
Pero también se da aquí, en el Renacimiento, un retorno a los griegos.
En el Palacio Pitti en Florencia.
Allí se da el jardín – platea
y el teatro – plaza
incluyendo la vida de la ciudad al volverse hacia la comarca y colocarse dentro de ella, de la ciudad, inscribiéndose en lo ciudadano.
El autor dice, en una nota a un croquis:
«el recorrido orientado hacia y desde el palacio,
una suerte de escena en profundidad
esta vez no ilusoria sino en verdaderas magnitudes».

Así, todo concurre en el teatro.
Esto se puede ver en el corral de comedias de España
cual representación de la ciudad.

5.

Un 4º momento:
En las vanguardias del siglo XX.
El espacio conteniendo al cuerpo humano y constituyéndose en extensión del mismo.
El cuerpo es, a la vez, contenido y, al serlo, se inscribe en el espacio.
Contención e inscripción.
Postura del teatro total que reúne todos los oficios,
y que se ve en los esquemas dibujados donde
la abstracción geométrica de centros y perímetros
no se constituye en una abstracción que deje algo afuera al sintetizar.
Sino que, son una encrucijada capaz de reunir lo diverso.
Así, el dibujo de la generación, paso a paso, del Pabellón Phillips de Le Corbusier.

6.

La ciudad-teatro, hoy:
la música en una plaza de Río de Janeiro,
el pasear sin destino en la Rambla de Barcelona
donde ésta entrega el cruce de los distintos tiempos de los pasantes
en el «ir a lo largo» de este lugar.
Acogiendo, a su vez, en los bordes, a actores representando escenas.

Es el aire escénico de la ciudad actual.
Hasta el día de hoy el atrio de la iglesia medieval enseña o muestra.
También las calles góticas, con su profundidad a la plaza,
se presentan cual sus antesalas.
El acto teatral es, así, visto cual antesala de las artes:
pintura, arquitectura…
Pues lo que permanece hasta hoy es el centro que se desprende del espacio mismo y el acto de quedar ante las fachadas.
La ciudad de hoy y sus espectadores,
en el oír y ver a la vez,
nos entregan las edificaciones que la constituyen
cual lugares de representación
que se toma las calles.
El acto teatral que la ciudad contiene
–lo hecho por el hombre y ya no la naturaleza–
permite hasta hoy que la ciudad se de en presencia concreta
y en representación en actos.

7.

El último momento,
de lo doble.
En Alvar Aalto, el teatro abierto y el teatro cerrado.
En Mies van der Rohe, el Pabellón de Barcelona donde el edificio se retira para acoger, desde adentro, el exterior cual acto de estar en él, en su interior.
Es el acto arquitectónico,
el acto de habitar las obras de arquitectura
que, nosotros, no sólo observamos en la ciudad
sino que recibimos su advertencia en los actos poéticos.
Como en los actos del día de San Francisco de Asís,
patrono de nuestra Escuela.
Ellos se dan
1 en la extensión
para dar una medida de la vastedad
2 en la sonoridad de la palabra poética
cuya voz se emite
en un espacio contenido en un ruedo
cual cúpula invertida
3 en el acto de comer
en un ágape
que entrega el tempo o pulso
del estar ante y dentro a la vez
4 y en el recibir
y, a la vez, participar
en este acto
cual ritmo del acontecer.

Y otra:
una advertencia del oficio
advertencia artística
En el pozo de Claudio Girola:
una escultura que no se rodea por fuera
sino por dentro.

8.

Los 6 momentos del libro La Ciudad Teatro,
presentado a través de sus dibujos,
pueden recogerse en la portada.
Un dibujo que reúne el croquis de la extensión concreta que habitamos con el esquema geométrico que da cuenta del orden de ese espacio que también habitamos
desde un «a vuelo de pájaro».

Extensión y comprensión.
Comprensión y extensión expresados en el dibujo.
El espacio es, a la vez, para los arquitectos,
el ver la extensión con sus tamaños
en verdaderas magnitudes.
y comprender la forma
cual resonancia de ese oír la palabra poética.
El ver y el oír del teatro
en los actos poéticos,
y en el acto de habitar
las obras de arquitectura.

Isabel Margarita Reyes

 

Lugar, Teatro y Ciudad

Esta inversión del orden de las palabra del título del libro, me permite recoger paso a paso un devenir que sólo es posible si hay «alguien». La naturaleza humana sólo tiene lugar cuando se ha, o ha, reconocido su propio suelo, su propia naturaleza; no me refiero aquí a una propiedad, a una demarcación o zona determinada, sino a lo que se llama «locus», el genio del lugar, que va más allá de las cualidades físicas que pueden distinguirse. El locus a su vez, vocalmente, se aproxima al término griego «logos», que es palabra, en cuanto meditada, reflexionada, podríamos decir, puesta en juego, razonada, discurrida; y para que esto exista ha de darse el diálogo, el decirse, el hablar, el comunicarse; esto es: encuentro en la palabra.

Se debe advertir que la palabra «locus», a mi breve entendimiento, proviene del latín y no del griego; es decir, de un modo proto-civilizado e imperial que llega a nosotros a finales del siglo XV con la palabra del rey junto al evangelio de Cristo; digamos, occidente arribando al Mundo Nuevo que hasta ese momento no tenía lugar. Tal encuentro es de suyo una «ilusion», por tanto, teatro, espectáculo normativo, civilizador, moderno. El conquistador europeo aquí en América se hace presente como un personaje de una Ópera Total cuyo coro es toda la cultura occidental que pronuncia sílaba a sílaba el destino del «hombre» que sale de la barbarie. Este destino, a mi parecer no presente en el mundo griego, sino más bien como una manera de estar, ir y llegar.

Todo esto, como otra forma de la ilusión que viste a la realidad con un traje que solo es posible dentro de esta representación, y ésta no es más que la construcción de una realidad que «se puede ver», pero que realmente no está ahí; por eso decimos «ilusión»; y si se quiere ir más lejos, un espejismo. Dentro de la palabra Teatro, está el sustantivo «thea», visión; y cerca llegamos a «Teoría», que ser un camino a la verdad. Así, todo aquello que va del lugar, al encuentro y al teatro, es un camino a…, no es «esto» en un ámbito concreto. Quiere decir que el teatro y su representación, son el espectáculo de un camino que debe recorrerse para llegar, así, a un destino. En ambos, nada es cierto, lo sabemos; sin embargo quedamos sobrecogidos por la ilusión de lo verdadero que reconocemos en nuestras carencias como faltas para llegar a una «completitud», a la cual estaríamos llamados.

Dicha completitud entonces, podría darse bajo el concepto o idea de «pueblo»; demos, también palabra latina / no griega. Se puede constatar ahí que «nosotros» los americanos, avanzamos en ese camino de occidente que pasa por la latinidad viniendo de los griegos a través de Eneas –el piadoso. El pueblo es todo el conjunto de ciudadanos «que pueden portar las armas»; sería pues, el agente que permite que la ilusión tenga lugar. El campo de batalla es, a su vez, la primera manifestación de un teatro que lleva al pueblo a sus conquistas y así a sus propias definiciones de lo que es un encuentro. Y es ahí en «lo pueblo» donde el encuentro alcanza su máxima representación, para darse curso en actos que «teorizan» sobre un posible modo de existencia; el ejemplo más contemporáneo sería el teatro ya representado en los viajes espaciales y en la posibilidad de habitar lugares otros, fuera del planeta: la ópera de Marte.

Si hay destino, éste reside en los pueblos; el destino de un individuo, si no toca en algún punto a «su pueblo», es insignificante, y no constituye una experiencia del todos. Todo el teatro ha querido, así, tocar la experiencia de «ser humano» a través de un caso individual como Antígona, Edipo, etc.; no es que en ellos uno se sienta reconocido, sino en tanto el arquetipo alude en algún punto al individuo único. Entonces, esto único es a su vez experiencia de todos, no solo a partir de su logos, sino más bien a cómo su palabra se representa. En este representar es donde surge lo que llamamos Ciudad, polis. Cuando el pueblo ya ha reconocido su lugar, tiene un logos y se representa, es que hay ciudad; y ella es a su vez también un teatro de lo en común: la utopía del ser colectivo, que junto a la trivialidad cotidiana del vivir, se representa a sí misma bajo una ilusión que pueda acoger a la totalidad.

Andrés no recorre las ciudades sino sus teatro, sus plazas, sus aberturas donde ha sido posible esta representación del drama humano, de su tragedia y su comedia. Por eso ante esta realidad reímos y lloramos porque asistimos a la cohesión entre la fragilidad de nuestra propia idea de nosotros mismos, y el esplendor de una obra bien hecha. Nada serio, pura abstracción de un severo realismo ante el cual la ilusión de nuestro ser en común se deshace en la austera ruralidad de nuestros más complejos pensamientos. Más que la pintura, el teatro es la máxima expresión de la invención de uno mismo y su pueblo; en tal sentido sería el arte más político que podría existir, porque pone al individuo en medio del conflicto entre sí mismo y su ser en común, su pueblo y su polis.

Dicho esto, y sobre el camino que Andrés traza en el recorrido de su libro, pueden advertirse los lugares de representación como «aberturas», vacíos; construidos o no, pero donde el «combate espiritual» tiene lugar; para enseñarnos que la realidad humana no se da sólo en casa, o en la intimidad, sino también y además, en el teatro de nosotros mismos. Como un espejo convexo que nos refleja junto a la totalidad del lugar, puede verse en el «Autorretrato» del Permigianino, ir desde su meñique, pasar por su rostro, llegar a la sala y atravesar la pequeña ventana para salir al más allá «que no está» representado, porque es una ilusión. Es lo que llamamos escenografía; escena y grafía; cobertor y dibujo. Allí es donde el teatro se da, es el lugar construido distinto al locus del pueblo; es un lugar para representar, donde el dibujo hace las veces de aquello que la escena carece. El dibujo también es representación; y para el caso del libro, ellos son más certeros todavía que el registro fotográfico del «aquí estuve». El dibujo no es testimonio del lugar, es más bien la transcripción de una escena transformada en grafía, para mostrar no el lugar, sino su abertura o vacío; su genio. Quizá sea él lo más cercano a la ilusión de aquello que está en frente.

Después de todo esto creo entender que la remisión que hace Andrés al concepto de acto, el locus móvil de su investigación y estudio, se funda en el «llevar a cabo», su facto, su hacer; todo fundamento tiene sus bases en el hacer. El acto, también es latino; facere es cuando el pueblo se representa a sí mismo; se celebra incluso hasta su propio drama. De ahí viene la fiesta, la apoteosis y la catarsis; quizá donde el pueblo es más sí mismo; en donde se ilusiona todavía más de sus propias posibilidades, de sus recónditas capacidades y fuerzas, que un solo individuo no puede detentar.

Si se quiere, y se lo ha hecho, se le puede llamar juego, juego de espejos, en donde lo que se ve no es más que reflejos. Aún más, sabiéndolo siempre, allí en la escena lo que acontece es juego; una apariencia de verosimilitudes que nos representan, nos recrean, pero no son un «hecho», un facto. Por eso algunos como Antonin Artaud, llevaron el teatro a una realidad patética: si había decapitación, era verdad, y así pasara, lo veríamos como un espectáculo. ¿Eso es lo que espera la sociedad contemporánea, morir de verdad en escena, ya sin pudor, sin ilusiones; así, no más? También son nuevas formas del sacrificio para volver al lugar original.

Porque por otro lado nos negamos a ser representados, o esperamos que nuestras vidas sean el sueño de un teatro donde nuestra humanidad sea más que nuestros propios caracteres. Y en ese más allá, la ciudad tiene la posibilidad de dar cabida, hospitalidad y acoger las fiestas de su pueblo. Y es solo a través de ellas cuando toda ilusión coincide con el deseo personal de ser uno mismo y a la vez reflejo de todo.

Manuel Sanfuentes V.

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