Edificio de la Aduana en Valparaíso.

Una construcción de mas de cien años, con su fachada en sombra. Frente a él los automóviles estacionados con sus líneas contemporáneas, sus superficies de doble curvatura y sus vidrios cada vez mas amplios.

Las ventanas del edificio con su formato rectangular, no han requerido ser reemplazadas por versiones mas modernas y la materialidad del edificio puede ser la misma desde hace 150 años.

Estamos aquí ante dos formas del presente, el del espacio fijo de la arquitectura y el de los objetos móviles. Su distinta condición que la podemos ver en las aberturas, en las ventanas.

Las ventanas del edificio se encuentran orientadas, las que dan al oriente en este momento llevan el sol  de la mañana al interior, las de la otra fachada permanecen en sombra.

El automóvil el objeto en movimiento por excelencia no tiene orientación, está momentáneamente detenido. Sin orientación pero con sentido: hacia adelante, atrás, a derecha o izquierda, tomando nuestra actitud la de un cuerpo. Sus aberturas tambien se las nombra como ventanas; tienen en común con las del edificio el viento, la trasparencia y son el límite de una cierta interioridad.

Los automóviles cambian, todos los años hay un modelo nuevo. La arquitectura no tiene esa brevedad, los espacios habitables, aquello que constituye lo fijo para vivir quiere permanecer. La destrucción acelerada de los objetos se nos ha vuelto inherente a ellos. Así lo nuevo pretende avanzar en un doble paso: lo recién hecho, sin uso y es algo que es mejor o mejorado.

La arquitectura con sus muros aplomados y sus ventanas ortogonales están vigentes para darle cabida al habitar de cada día, así su modo de ser no se funda en lo recién hecho o nuevo sino en su ofrecimiento como espacio. Espacio quiere señalar aquí esa porción que ha sido sacada de la extensión natural indiferente para ser fija y orientada que es lo que permite habitar.