Clase 7 Trimestre I 2012
Manuel Sanfuentes: Taller de Amereida, estamos y hacemos el taller con los profesores; esta vez invitamos a Ricardo Lang y Marcelo Araya, diseñadores industriales. Ese momento previo del ágape esta vez queda dentro del taller, dentro de su propio lugar.
Vamos a partir con lo que decía Carlos esta mañana, y que fue encargado de transmitirlo aquí Pablo Vázques.
Carlos Covarrubias: (Leído por P. Vázques) Carlos en la mañana, entre todas las palabras que se dijeron en las dunas, nos deja 2 palabras claves para tratar de entender su mensaje y en parte también por excusarse por el hecho de que hoy día no podía asistir al Talle de Amereida. Estas 2 palabras que nos deja son: Sabiduría y Salud.
Refiriéndose a la sabiduría habla de 6 sabios que existieron en diferentes lugares del planeta hace 2 milenios y medio, en Grecia Sócrates y Pitágoras; en Irán Zaratustra; y en oriente Buda, Confucio y Lao Tse. Y entre esas palabras que trajo a presencia un pasaje del Tao Te King; uno de los libros escritos por Lao Tse, fundador del Tao, una religión oriental, que a nosotros no nos llega como religión, pero sí como tradición. Parte de esa sabiduría que no tiene tiempo; palabras que trascienden a toda época, el pasaje dice así:
«Conocer y no saberlo, esta es la perfección; no conocer y estimarse sabio, este es el mal. Conocer el propio mal es liberarse del mal. El sabio no tiene mal, porque lo reconoce, no lo padece».
A estas palabra agrega, en ese reconocer y reconocerse: Al reconocerlo, el mal, tal vez como una enfermedad se pone un paso más arriba y puede tratar con él.
Ricardo Lang: Hace tres años que ustedes son recibidos, hace tres años que la escuela determinó que después de esta jornada de Cultura del Cuerpo estuviera el Taller de Amereida; unirlo, y yo creo que son una de las pocas veces que la escuela está reunida. Entonces había que construir ese umbral, había que construir ese paso, y lo hicimos a través del brindis.
Y pareciera ser por nuestra historia, por nuestro acontecer, que la comida o los alimentos, tienen un rol importante en nuestras vidas; así llevamos más de veintitantos años quizás más, al borde de los treinta, que almorzamos todos juntos en la Sala de Música, y cada uno de nosotros cocina para cuarenta o más. Es así también el valor que ha tenido la construcción del tiempo de una travesía, a través de la cocina, de los encargados, y de que cada uno de ustedes lo realice.
Entonces construimos este modo de vincularnos, y lo hacemos a través de este leve acto, de comer y beber, y esto ha tenido muchos nombres; se le ha llamado el brindis. Para que se constituya en eso ha de tener una construcción del tiempo. Muchos de ustedes andan con un canastillo, y a lo mejor los sabores y las cosas que ofrecen y que construyen ustedes en sus casas tienen más apetencia de lo que a lo mejor está aquí, y eso no constituye en acto; a lo mejor es una transacción.
Queremos que esto sea simultáneamente, lograr que sea simultáneo, es una labor. Y pocas veces ese intervalo, de ese tiempo de la palabra, la palabra que nos diga a nosotros “el ante”, a lo mejor por un momento queda el vocablo.
Y también a lo mejor decimos que es un ágape, por la dimensión fraterna que hay en este ofrecer, por la dedicación, o sea hay muchas horas de dedicación y esfuerzo en lo que se hace; es un trabajo de un taller en conjunto, no hay martes que no se trasnoche, que no se pase de la noche; las primeras eran unos momentos desacertados, porque había que lograr que este tiempo se construyera bien, que se delegara, que se supieran los roles. Esto es muy importante dentro de la docencia, de cómo se lleva a cabo, cómo se gestiona, cómo se usan los recursos, cómo se establecen las relaciones, cómo se ocupa el espacio, cómo se ocupan las herramientas, cómo se ocupan las máquinas, cómo se ocupa el tiempo, sobre todo el tiempo.
Lo que hay aquí está involucrado en un obrar, en un tiempo de obra, cerrado, cierto, verificable. Y hay palabras que son claras: “— Sí, me gustó!”, o “— Rico!”; hay una sola palabra que a lo mejor están esperando, o están esperando que esa palabra se transforme en sonrisa o en reconocimiento de ese tiempo.
Y las fotos que están ahí muestra el tiempo de estos tres años; primero que nada era la vertical, si, nosotros tenemos el uno, el uno mismo, el verificador, porque hay un tiempo de prueba, de testeo, con nuestra textura, con nuestra propia lengua, que tiene la presencia de saber reconocer algo. Después está la idea del otro; ustedes han visto que en ninguna ocasión ha habido carne, porque consideramos que no queremos excluir al otro, porque hay un gran porcentaje que son vegetarianos; y hay otros más complejos, veganos, hay otros que tienen otras posturas, –por ejemplo, días atrás invité a los jóvenes y me preguntaron qué había de comida y yo dije: «— Pescado o pollo», entonces me dice “— Sí, es que lo que pasa que yo estoy en contra de la producción masiva de alimentos de animales, entonces voy a preferir pescado”. Ya hay postura en los jóvenes con respecto a lo que está haciendo, como la misma postura que hay para tener el oído preparado para trabajar –si hay un joven que quiere echar a un viejo, ponga la música que a ellos le gusta, y el viejo se va solo, ese es un espacio para ello, con sus propias coordenadas—, entonces ese oído, es una dimensión; la lengua, es otra dimensión.
Lo que está entrando aquí es un saber, un sabor; entonces ese sabor agregando las cosas que cada uno de ellos determinó, es complejo, porque vienen de muy lejos, y de mucho tiempo; los ingredientes que están acá –en lo que comieron hoy– han sido milenarios, las tortillas de maíz (si bien esta no es de maíz porque no lo acepta porque tiene una acides x, o no sé, tus encimas no están preparadas para procesar el choclo como podría ser una cultura centro americana) pero sí la tortilla, y todos la entendemos que esa tortilla, antiquísima, se constituye en nombre; si tú la envuelves de una determinada manera es un taco, entonces lo que podríamos decir es “ah, hoy día nos hicieron un taco”, pucha… tanto trabajo para hacer un taco; sí, pero de alguna manera hay algo de su originario, de su sello, que marcó tempranamente esa manera de cocinar y hacer, que ya tiene nombre, ya fue nombrado.
Pero lo de los ingredientes es complejo, en voz náhuatl, aguacal, aguacate, viene de testículo; o sea en la imagen, la palabra y el nombre esa imagen de la palta está aludiendo a algo, y la palabra palta viene del quechua, nombrada como la manejamos nosotros en los países más al sur. Tenemos unos alimentos que vienen del norte, tenemos unos alimentos que están nombrados en más al sur nuestro, y hay otro ingrediente que viene de Mesopotamia, o sea cinco mil años atrás, que es el pepino, y ese pepinillo dulce viene viajando pasa a Europa, desde Europa pasa a América.
El estar aquí, el traer también en estos sabores, es traer el mundo; y en este traer el mundo, el traer el sabor, nos hemos puesto ciertas reglas, por ejemplo, los primeros años eran 3 –el sabor se construye a partir de 3–, 2 frutosos y 1 de hortalizas en los vasos; y los vasos tienen una escala porque en un momento eran concentrados, eran un extracto, y ese extracto correspondía al tamaño. También lo hicimos con los bocados, también alguna regla; hay muchas cosas del hacer que están tras bambalinas, y algunas que son visibles, el preparar los alimentos; el año dos con las tortilla de papas, que también es un ingrediente americano, fue todo un espectro que se paseaba por todas las combinaciones posibles, pero nunca alcanzaba a tener el matiz o el distingo que tenía el jugo, la problemática que se encuentra entre aceptar o rechazar –es muy violento–, el gusta o no gusta. Y en este tercer momento hemos pasado a las infusiones, que son los té, y a esa infusión se le ha ido agregando también otros sabores, otras combinaciones, etc.
Entonces hemos ido construyendo, este sabor y este tiempo, y para eso están los elementos y estos elementos han ido constituyendo este espacio del aula. Los primeros pilares trataban de armar el pórtico, la seña –aquí estamos, aquí nos vamos a juntar, aquí nos vamos a reunir–, pero también es un elemento arquitectónico, era el muro, era el muro de la sala, era el pórtico a la pasada del ágora, era el círculo de convocatoria al poeta; y este elemento único que es receptor, se fusiona en el espacio, así como el año pasado se fusionó al elemento mueble, porque fue la construcción del mobiliario, que lo único que quería plantear era “cómo se abría” y “cómo invitaba a la poesía” y “cómo estaban estos vocablos inscritos a dentro”, hoy en día es un elemento autónomo, pero con estas aulas que ha trabajado Marcelo y su taller, hoy se pueden incorporar. Pero no hay una cosa conjunta, mirando estas columnas –como la vez pasada que nos colocábamos a afuera–, nos parecía propio, sin muchas modificaciones –igual cualquier modificación toma mucho tiempo– incorporarla dentro de esto. En esta abertura, este manto nos podría traer a presencia los elementos anteriores.
Lo que está construyendo este diseño es un tiempo de celebrar que se hace a través del comer y beber; a eso nos hemos avocado en este tiempo, en este periodo, y a eso son invitados ustedes miércoles a miércoles. Y yo creo que tanto los talleres anteriores como este, un agradecimiento permanente a lo incondicional de los alumnos para ponerse a esta disposición amorosa del ágape.
Marcelo Araya: Primero me gustaría dejar establecido el rango al que nos hemos avocado con Ricardo, sin necesariamente ponernos mucho de acuerdo, es esta preocupación por lo mínimo, por el elemento, contrastado con una visión que tiene que ver con lo macro, que venimos desarrollando en el Taller de IV Año. Esta carpa no se podría concebir, desde el punto de vista del taller, sin tener una visión de dónde se está parado; y para eso me gustaría que nos ubicásemos.
Esto de aquí es el río La Ligua, el que sigue es el río Aconcagua, después viene el río Maipo, y si se dan cuenta, por una cuestión de perspectiva, va aumentando la distancia entre los ríos que están más cercanos –es un poco lógico–; de hecho, esta gran cuenca que ustedes ven acá como una elipse, en realidad es un círculo casi perfecto… Acá está el río Rapel, por aquí está el Mataquito y por allá está el Maule; establezcamos ese eje como centro.
Estamos en la costa del río Maule, en Constitución y cuando tenemos a la altura de los ojos los cerros más altos del cordón cordillerano, estamos a 6000 m. sobre Constitución, esa es nuestra ubicación actual [en el dibujo], y desde ese punto estamos mirando la Ciudad Abierta que aquí está en el centro de la lámina.
Todos estos datos que están aquí los pueden encontrar fácilmente en un atlas cartográfico, no hay nada nuevo; pero sí hay una cosa nueva de la cual podemos dar cuenta: Si geometrizáramos esto que aquí está dibujado, Valparaíso está al centro de esa gran cuenca que tiene aprox. 100 km de diámetro; esos 100 km (o 70) dan acá en la cuesta de la Dormida, es el macizo que está allá por donde se cruza a Santiago por Limache. Esa gran pestaña en el oriente establece las más altas cumbres de la cordillera de la costa en la costa central. La del norte se llama la cordillera del Melón con cerros de 2000 m de altura, y la del sur se llama cordillera de Colliguay, que es la que uno atraviesa cuando se va a Santiago por la ruta 68, y la atraviesa 2 veces, por eso hay dos túneles; la atraviesa acá entre Casablanca y Curacaví, y allá entre Curacaví y Santiago, porque la cordillera de Colliguay se divide en dos alas.
Ese medio círculo que está delimitado por la costa, se proyecta –esto es lo extraño– en otro semi círculo en el fondo marino, y tiene un nombre, esto se llama la Hoya (cuenca) de Valparaíso y tiene desde la costa hasta el borde de la cuanca, entre 70 y 100 km y una profundidad aprox. de 2000 a 3000 m.
Lo interesante es, por ejemplo, los ámbitos de pesca de esta región se inscriben entre el Pichidangui y San Antonio; es el ámbito al cual pertenecemos en el mar. Y en la tierra es lo que llamamos el interior, cuando alguien vive en Los Andes, o en San Felipe quizá no pertenece al interior sino a otro lugar geográfico.
Si nos vamos un poco más hacia el oeste nos encontramos con una gran grieta que recorre toda América del sur que se llama la Fosa Chile-Perú, que tiene 4000 a 5000 m de profundidad; más allá, a 500 se asoma el monte O’Higgins de base a 4000 m… tiene alrededor de 3500 m., es más alto que cualquiera de nuestros cerros del interior, más alto que el Roble, la Campana, pero no alcanza a asomarse a la superficie de la tierra, y pertenece a la misma línea que llega al archipiélago de Juan Fernández.
Hacia el otro lado, hacia la cordillera de Los Andes, tenemos la cuadra de San Antonio, en línea recta, Santiago; esa es la cuenca de Santiago que también es circular, se cierra por el sur con la angostura de Paine y en el norte con la cuesta de Chacabuco. Si ustedes comparan las elipses, la mayor es cerca de 6 veces la de Santiago. La cuenca de Santiago casi entera ocupada por la ciudad, y la gran cuenca de Valparaíso de cerca de 200 km. y está casi absolutamente in-habitada, y alcanza a reconocerse como una unidad, ese reconocimiento es donde estamos ubicado en estos actos, el año pasado y este.
Manuel F. Sanfuentes: Una notas con respecto al acto…
«the event takes place
and the outside setting»
Transcribo un verso ((Tomado del poema Fragment, John Ashbery 1976.)) de un poeta mayor de la poesía norteamericana del siglo XX, llamado John Ashbery. Tratando de dilucidar y reflexionando en torno a qué es lo que acontece en el acto; qué se entiende por acto. Me parece que está muy bien dicho y transcrito en esas palabras de Ashbery:
«el acto toma lugar (cobra lugar)
y lo de afuera (externo) se queda (posa, casi que se suspende)».
Es el acto… la relación con la poesía se manifiesta en el acto; todo lo que pudiésemos especular, apenas toca lo que realmente ahí –en el acto– acontece.
La poesía acontece a plenitud cuando cobra lugar, fuera (del poeta), en la página, en un supuesto o previsto lector. Tal cobrar lugar en el tiempo parece que tocara en nosotros algo que «también» está fuera de nosotros. Quiere decir, entonces, que incluso la propia interioridad, no está nunca dentro de uno, sino afuera. Somos en cuanto todos participamos de eso otro.
La ruta del desconocido, que la poesía señala como su fuente, sería la vía para encontrarse –en común– con aquello que nos reúne: la palabra poética.
Ninguna religiosidad podrá asemejarse a tal «combate espiritual», porque está vivo, ahí aconteciendo; siempre inminente, impuntual.
Esta no es «la historia de …», sino más bien, un camino que deshace su propio andar, para ver, para verse en los pasos que ha dado; y los actos son pie de ese camino. Para decirse y des-decirse, en la gratuidad del hallazgo.
La matriz europea en América, más allá de una pose subdesarrollada de los parámetros dispares, le da al acto de encuentro (América – Mundo) una coordenada de lo de afuera. Todo acto poético es un traer lo otro dentro.
Para América la latinidad, nuestro modo de comprender a la América Latina, se entiende como portando un origen, y a la vez un momento de vacilación: En la Eneida, antes de la estocada mortal, Eneas vacila ante Turno; Godo nombra ese instante Piedad ((El tema está tratado en Eneida-Amereida, Godofredo Iommi, Escuela de Arquitectura UCV, Valparaíso 1982.)).
Pietas, piedad latina; también en ello hay un acto, puesto que hay nombre; palabra que ha-lugar, y marca el lugar con un signo (disperso). Todo acto es un momento de vacilación, de piedad. Y por ser ese un acto nuestro, propio; es a su vez un acto Americano? Todavía no; en América todo… todavía no! Hasta, comprenderse a sí misma (a saberse uno en ese espíritu vacilante, de signos…).
Ese es nuestro combate, lejos e infinitamente superior a «la batalla de los hombres», incluso a la trivialidad de la muerte.
En el acto la palabra es verdadera, tiembla en el oído con su olvido y su memoria, pasa; como pasamos nosotros, como pasan ustedes. Pero en cada paso el acto ha recogido al exterior adentro nuestro.
Éste es el ha-lugar que debe ser presentado, celebrado; si fuese sólo el lugar, sería un mero hecho venturoso –de esos está lleno el mundo. Porque este indecible ha-lugar aún, todavía, quizá siempre, manifestará su voluntad de desconocido; y es ahí donde el acto se demora, retiene, sujeta el tiempo a nuestro antojo para revelarnos otros en nuestra propia desnudez.
Lo otro, lo que no está ahí pero que llama. Hemos sido conducidos al medio del misterio; no del mito, que puede ennoblecer hasta el homicidio.
Tener piedad también es un modo de la impropiedad. El acto construye nuestro retiro. Si esto dice algo al mundo… lo sabrán ustedes ya afuera –pero ya lo tienen.