— Caro Floro: Muchas gracias por tus palabras. La poesía tiene la rara virtud de  descerrejar los armarios de la memoria. Por lo mismo  ¿sería posible contar con el texto para reconocer las claves?
Nuevamente muchas gracias y muy honrado.

—
He aquí, ese día leído:

Podrán ilustrar estas palabras la obra que este libro nos presenta dentro de la cuestión escultórica y la dimensión poética de un país, como el mismo autor nos lo nombra.
Se sabe ya, que el origen de esta proposición que josé nos trae, es de suyo poética, a decir: a partir de los poemas de Ignacio Balcells, José toma como un imperativo darle forma a la palabra a través de 13 esculturas llamadas «Cachalotes», nombrados así por el propio poeta.
Inmediatamente, la palabra nos conduce al mar, a lo ancho y profundo donde la vida humana queda en vilo; le hemos visto, así, safarse estos días, no sin crueldad y ante el estupor de todos los habitantes que abordan las orillas.
Tal zozobra, ¿no nos pide replantearnos este concepto de orilla o borde; y toda perspectiva artística que quiera instalarse como un faro para nuestras costas?
¿No es cuestión de país, también ese silencio poético que no manda, sino que indica que ese mar intranquilo nos baña?
Hoy día, cuando Chile se las ve con su propio mar, es paradójico que la escultura –como monumento esta vez– venga a cantarnos ese destino que a veces nos destruye.
El arte –entre la vida y la muerte– no viene aquí a hacer de lección, pero sí a hacernos caer en la cuenta que un artista no está tan lejos de aquello que se nos hace presente; por el contrario, está dentro.
Como si estuviese preparado, esta serie de esculturas vienen a posicionarse exactamente en zona de desastre.
¿Debe el escultor atender el espesor de la obra, debe el ingeniero calcular fundaciones acorde al dilema… o debemos retirarnos de la orilla?

Bueno, todo… sin embargo la cuestión escultórica debe preservar la luz de su origen, es decir: la poética donde nace (el vilo) y el cálculo de su forma (el despiece).
Poesía y forma que cantan a un país en silencio ante su propia naturaleza.
Palabra y acción para volver a la religiosidad que el arte perdió cuando a solas creyó que algún dios podría presentarse y no lo hizo.

Para terminar… el libro no nos trae la obra, sino que la muestra; es engañoso… quiere decir que la obra tiene su propio lugar, y que no es este… que el libro es –meramente– el ha lugar de aquella.
La poesía del ha lugar es la que en todo esto yace como un llamado a saberse en la verdadera presencia de las cosas…
y por tanto
de toda naturaleza
de todo arte.»

Manuel F. Sanfuentes, Anotaciones.