octubre 12, 2010

Clase 4 Trimestre III 2010

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En memoria de Carla Renault

Manuel F. Sanfuentes

Quisiéramos dedicar esta clase a la memoria de Carla Renault, compañera de 2o año de Diseño Grafico, quien falleció este fin de semana; quisiera hablar de cómo el cuerpo –que si bien un poco se acuerdan de la vez pasada apropósito de San Francisco, se hacía una asociación con  “la letra muerta” y “la vivificación de la palabra”… dos cosas se nos propuso: por un lado la muerte de ella y por otro mañana, en la Ciudad Abierta, presentamos un libro de Alberto Cruz llamado El Acto Arquitectónico.

Yo siempre me he encontrado, no sé por que razón, con esa misma situación, no necesariamente con Alberto, si no en general, con esa situación  de la letra y la palabra. Cercano a la muerte misma… ¿se acuerdan cuando vimos el año pasado ese genero literario casi sin autoria, del año 1600 que se llamaba Vanitas o vanidad que reunía siempre, en el cuadro, a una vela, un libro y una calavera? Parece que la palabra siempre está cerca de esa situación “que no está”, que está ausente. Intente tratar de decirlo abiertamente para hablarles de un “resucitar”; partiré leyendo una cita,  también de un gran escritor y gran lector, un gran hombre de acción: un una carta que escribe el Che Guevara  a Fidel. El Che había desaparecido en el contexto de cuba en los años ‘60,  nadie sabía mucho; entonces uno de esos días Fidel Castro lee al público la célebre «Carta de Despedida del Che«, en la que él renuncia a la revolución cubana y dice “voy a seguir la revolución del mundo”. Él dice:

“Me acuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia, de  cuando me propusiste venir, de toda la tensión de los preparativos (…) Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte, y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos, después supimos que era cierto”.

El lenguaje –a diferencia de otros animales, incluso más capaces– nos permite hablar de las cosas y de los hechos de la vida en un punto en que son “representados”; las palabras traen lo hecho en cuanto a imagen y memoria de una determinada realidad y su presente. Sin embargo ella puede advertirnos, para hacernos caer en el hecho cierto, cuando la posibilidad cobra efecto y la muerte toma a uno de los nuestros.

La letra en el libro también muere por que deja de gozar del aire que la pronuncia; se queda quieta, inerte, hasta que alguien cante nuevamente en esa ausencia que reclama que un  lector la vivifique.

Venimos del habla, de esa voz que llama, pasamos por la letra; avanzamos en el escrito, y después imprimimos esas letras como un epitafio del vocablo.

Las páginas reciben esa melancolía oscura que permite el contraste para que se de el acto de leer; que no la figura ornamentada de una composición ya sin escala; sino el entre línea que el texto omite.

“Soy  un obstinado prosista; he escrito mis primeros versos por entusiasmo juvenil; los segundos por amor y los últimos por desesperación…”.

Escribe Gerard de Nerval, el mismo autor del “Desdichado”, el que dice:

“… yo soy el tenebroso, el viudo
… el desconsolado.”

Morir en esos segundos versos; entre las palabras que nos hablan de ese amor nuevo es,  pues,  una travesía infinita hacia lo cierto; y es el umbral mismo que nos separa de un entendimiento de lo que realmente es una pérdida… y nos deja.

Y ahí esta nuestra memoria, nuestras palabras, nuestras obras, nuestros libros… para manifestar esa distancia infinita con la cabalidad de los hechos. Las palabras nos guardan en ese silencio que nombra lo innombrable y a la vez vivifican lo que ya no tenemos, sino que su pura presencia, que es: ausencia de algo, ausencia de alguien; ausencia de uno mismo.

Es pues, nuestra memoria la que habita en un texto quieto cuando hacemos el acto de pronunciar lo que yace sobre un pliego blanco y ceremonioso.

Baudelaire quería ser leído como un antiguo, como una palabra que dibuja la tradición desde su presente; atrapó al tiempo, supera a la muerte y llevó a las palabras al mas allá; lejos de nosotros, donde reside el canto que les dio a luz y las hace reposar por un instante en la boca como un beso que se queda más  allá y para siempre con nosotros.

Ya fuimos pues advertidos esta mañana triste de nuestras vidas; cruzamos el mismo umbral entre la vida y la muerte “palpando el presente de lo leve”.

Partimos  de Travesía con esta memoria nueva de que algo se nos ausenta. Esta falta, esta incompletitud hermosa, es nuestro regalo; un presente que nos  sorprende… un hallazgo. Qué manera deque «el don para mostrase equivoca la esperanza»! Qué lección de cuando la palabra cobra vida para enseñarnos el verdadero rostro de nuestra hermana la muerte… y la verdadera presencia del espíritu de la letra.

Para Carla Renault, sus compañeros, sus profesores. Para sus amigos, la Escuela; para su familia.

Carlos Covarrubias

“Para palpar el presente de lo leve es que partimos a recorrer América”.

En memoria de Carla. En muchas veces las cosas que nos son desconocidas van quedando en algún rincón de las abstracciones o de las clases hechas. Y otras veces aparecen con fuerza, de cuerpo entero, y sin duda que a nosotros, a la escuela hoy se nos aparece con fuerza, en cuerpo entera nuestra  la hermana la muerte corporal… nuestra hermana La Muerte Corporal. Y se nos aparece con fuerza a través de Carla que algunos la conocimos muy poquito; joven, siempre uno se tiende a indignarse cuando la muerte se lleva a una joven.

Pero esta presencia de San Francisco, el santo de los jóvenes dicen, también de la ecología  y de la arquitectura, porqué no decirlo. Se hace presente a pocos días de la celebración para que comprendamos a nuestra hermana la muerte corporal y tengamos esa leve alegría que aparece  en el fondo del corazón a pesar de la muerte.

Hay una leve alegría en el fondo del corazón a pesar de la muerte cuando uno la hace suya y la comprende y la trata al modo de San Francisco, y es capas de llamarla “mi hermana”.

Yo recuerdo cuando joven perdí a mi hermano, jovencito, niñito, 14 años tenia, y no me podía explicar porque podía morir un niño…y me dije a mi mismo así con cierta picardía: Bueno, en el lugar de los muertos también debe haber jóvenes sino seria una lata… seria formado únicamente por ancianos. No, tenía que haber también toda la gama del espíritu, del alma, del corazón humano, del cuerpo-alma…

Tal vez nuestra Carla ocupe algún lugar de esa naturaleza, de este inimaginable extensión del mundo visible, del mundo visible,  a aquello que se va y se proyecta a lo inabordable, a lo inimaginable, a lo inconmensurable…

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