marzo 11, 2009

Travesía a Queilen, en la isla grande de Chiloé

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La Travesía

El primer año de arquitectura de nuestra Escuela realizó su travesía en el pueblo de Queilen, Chiloé, en el Mar Nuevo de Aysén. Invitados por la arquitecta y ex alumna Daniela Roldán, el taller compuesto por cerca de 90 alumnos de primer año, 4 alumnos de titulación y los profesores Mauricio Puentes, Iván Ivelic, Jaime Reyes, Dolores Yañez y Edison Segura, partió en bus el lunes 27 de octubre, arribando al pueblo al día siguiente. La estadía fue hasta el lunes 10 de noviembre.

En la puntilla de Queilen, una extensión de lomajes de arenas y arbustos de espinillo, de 3 kms. de longitud, se erigió la obra de travesía. Esta contempló la «Plaza del Fuego de los Mares», en cuyo centro está un lugar para el fuego (adecuado especialmente para el curanto chilote). En sus perímetros se ubican cinco bancas diseñadas y construidas por los alumnos del primer año (cuyas primeras versiones se levantaron en la ciudad abierta durante el taller de construcción) y la escultura «Fuego Robado» del escultor y profesor José Balcells.

De la Escultura

Discurso de Exámen del poeta Jaime Reyes del Tercer trimestre 2008.

Hay un pasaje del segundo volumen de amereida que dice:

        pero  la  cosa  no  cesa  de  cautivar  los
        signos y el nombre “significante” no es una presa,
        ningún hombre jamás lo ha creído, pero las cosas
        contadas lo aluden y “aquello” es tomado en la le-
        yenda  muda  de  los  sitios, en  la  malla  del  invisi-
        ble “simpático” que sostiene en secreto como un
        padre fiel la fantasía de los contornos, el poder
        del invisible menos concluido que todo trabajo,
        la excesiva promesa de los nombres, el innombrado
        de las especies aún escondidas que esperan a su
        vez subir al claro de los hombres

Lo que voy a contar ahora, entonces, es simplemente cómo un nombre antes desconocido sube al claro presente de los hombres; la simple y notable peripecia de un nombre.

Cuando llegamos hasta la puntilla de Queilen nos hallamos entre dos mares; eran dos orillas entremezcladas sobre un manto de arenas y arbustos de espinillo. El pueblo tenía allí una parte de sus orillas, pero no las había constituido en borde. Pensamos que nuestra obra podría unir las orillas de esos dos mares construyendo un lugar para estar y habitar; hacer borde. Nuestro regalo al pueblo sería entonces un nuevo encuentro o saludo, al modo de una plaza, para las gentes que van y andan en sus orillas. Juntar dos orillas, reunir dos bordes es hacer un puente, pero ¿habrán puentes-plaza? ¿es posible tener el aire diáfano de las plazas, ese paso demorado, sobre un puente que es esencialmente el paso transitorio, de direcciones acaso veloces y únicas? Porque un puente no permite, por ejemplo, devolverse. Estas preguntas tuvieron una luz poética desde otra indicación inesperada.

En el sitio que elegimos para nuestra obra habían los restos de fogatas, señal de que ya antes se estaba allí en estadías al abrigo. Quisimos darle figura y forma a esas fogatas; un lugar para el fuego que los arquitectos dispusieron en el centro de la obra. El puente entre las orillas conseguía así la demora de sus tránsitos y se hacía también plaza. Pero entonces sucedió algo extraordinario.

Ya en anteriores travesías habíamos realizado la celebración final en la obra, inaugurándola con el brindis y el banquete. Ya en anteriores travesías habíamos realizado un curanto en hoyo para ese banquete y esa celebración final. Pero esta vez la obra que erigimos tuvo un esplendor distinto, pues fue exactamente un lugar para el curanto en hoyo. Esta vez el acto esencial de la obra era la mismísima fiesta; no sólo plaza en cuanto a espacio público, no sólo puente en cuanto unión de bordes y orillas y mares. Nuestro lugar del fuego, que al inicio fue un además, se convirtió en principal. Construimos una Plaza para el Fuego de los Mares. Pero ¿qué es el fuego y qué tiene que ver con la celebración?

Hay un canto que nos llega desde la Noche de los Tiempos. Antes que los dioses olímpicos gobernaran el panteón griego existió otra raza de inmortales dominando el naciente universo; los Titanes, hijos de Urano y Gea. En la segunda generación de titanes estaba Prometeo. En una cruenta guerra Zeus y los suyos vencen a los titanes y los exilian en el Tártaro; el inframundo. Desde allí Prometeo crea a los hombres; una raza lo más parecido posible a la suya para que compita en belleza y maravilla con los del Olimpo. Prometeo no tiene temor de Zeus y ayuda a los hombres para que lo burlen una y otra vez, para colocarlos a la altura de los dioses. En una ocasión hace que los hombres ofrezcan un sacrificio a Zeus; un bello buey. Lo parte en dos mitades, en el interior de una mitad, la de la hermosa cabeza, coloca sólo los huesos del animal; en la otra mitad, la menos deseable trasera de la cola, coloca toda la carne. Zeus seducido por la belleza de lo principal, escoge la mitad de la cabeza y los hombres asan y comen la carne (desde ese día los hombres sacrifican a lo divino los huesos y se comen la carne). Enfurecido por el engaño el Padre de los dioses priva a los hombres del fuego, para que nunca más puedan asar la carne perteneciente a las ofrendas divinas. Prometeo devuelve el fuego a los hombres robándolo en el Olimpo de la forja de Hefesto (las cadenas del castigo y los males de Pandora son relatos de otra ocasión). El Titán trae de vuelta el fuego a la tierra para que los hombres dignifiquen sus existencias. Desde ese día los hombres se acercan a su condición divina, a través del fuego. Así se aproximan a la esencia de la raza que Prometeo creara. Por eso los hombres guardan el fuego en lugares sagrados; el fuego consagra los lugares. Nuestra plaza es para la celebración de esa condición humana, esencial y primigenia. Allí no sólo pudimos comer y celebrar nuestros quehaceres propios de los oficios; allí tuvimos también templo.

Sin embargo sucede, en Aysén del Mar Nuevo, algo extraño con el fuego. Ancestralmente se lo oculta; ya sea que para protegerlo del viento siempre enorme y de las lluvias siempre abundantes; ya sea que porque no se contaba con los utensilios adecuados; el hecho es que la antigua tradición de la comida de los mariscos propone un fuego enterrado. El más leve hilo de humo o de vapor que se escape del cocimiento es señal inequívoca de que algo no está bien hecho. Entonces ¿cómo celebrar el regalo de Prometeo si no lo tenemos a la vista, si sus colores y calores son subterráneos e invisibles? Por eso pusimos la escultura en un extremo alzado; así ella se yergue como el signo del regalo construido por los hombres. En ella reposa la imagen, la música del don divino, el espacio desde donde se extienden y lanzan todas las orientaciones y su vacío canta la ofrenda y el sacrificio inacabable mediante el cual creamos el mundo. En su nombre agradecemos a Prometeo su osadía y su coraje y con ella lo desencadenamos en la memoria. Por eso la escultura se llama «Fuego Robado».

En el sitio habían también los restos de fogatas, señal de que ya antes de nuestra llegada allí se reunían las personas al abrigo del fuego. Pensamos así en darle cabida, dentro de la obra, a esas fogatas; un lugar para el fuego. La obra que atraviesa la puntilla, al modo de un puente, tenía en su centro un sitio del fuego. Así demoramos el paso para la aparición de la plaza. Pero entonces sucedió algo extraordinario.

Ya en travesías anteriores habíamos realizado la celebración final en la obra, inaugurándola con el brindis y el banquete. Ya en travesías anteriores habíamos conformado ese banquete final con un curanto en hoyo (San Ignacio de Huinay, isla LLancahué). Pero esta vez la obra que erigimos es un lugar para el curanto en hoyo; esta vez el acto de la obra es esa misma fiesta. No sólo puente para unir dos orillas de mares ni mera plaza del paso demorado en la contemplación, sino que lugar de la fiesta colectiva y mayor. Nuestro lugar del fuego, que al principio fue un además, se constituyó en asunto principal. Construimos la Plaza del Fuego de los Mares. Pero ¿qué es el fuego y qué tiene que ver con la celebración?

Hay un canto que nos llega desde la Noche de los Tiempos. Antes que los dioses olímpicos dominaran el panteón griego, existió otra raza de inmortales. Los hijos de Urano y de Gea, luego los hijos de Crono, de Hyperión y de Jápeto. Entre ellos estaba Prometeo. Zeus y los suyos ganan la guerra contra los titanes, los encierran en el Tártaro y gobiernan el mundo desde el Olimpo. Prometeo creó a los hombres como una raza semejante a la suya, que estuviese a la altura de los dioses y que pudiera florecer y alcanzar la misma magnificencia y belleza. La raza humana es concebida como una contraparte del poder de los olímpicos. Prometeo les tiene afecto y los cuida y los ayuda. No le teme a Zeus y lo engaña con las ofrendas. El olímpico indignado quita el fuego a los hombres. Prometeo lo engaña nuevamente y roba el fuego desde la forja de Hefesto y se lo devuelve a los hombres para que dignifiquen sus alimentos, sus moradas y sus ofrendas y sacrificios. Desde entonces el fuego hace a los hombres acercarse a su condición divina, los aproxima a la esencia de la raza que Prometeo creara. Por eso los hombres guardan el fuego en lugares sagrados. El fuego consagra los lugares. Nuestra plaza es para habitar el sentido de templo. Allí no sólo pudimos comer y celebrar los quehaceres del oficio, sino dar cuenta de la intimidad de la condición humana. Pero sucede, en el Aysén del Mar Nuevo, algo extraño con el fuego y el comer. Ya sea que para protegerlo del viento y de las lluvias, ya sea por economía de utensilios y artefactos, la antigua tradición de la comida de los mariscos propone un fuego enterrado. El más leve hilo de humo o de vapor que se escape del cocimiento es señal de que no está bien hecho. Entonces ¿cómo celebrar el regalo de Prometeo si no lo tenemos a la vista, si sus colores y calores son invisibles y subterráneos? Por eso pusimos la escultura en un extremo de la plaza, alzada como el signo visible de nuestra devoción. En ella reposa la imagen, el espacio, la música del don divino. Desde ella se extienden las direcciones de la plaza y su vacío canta el don de ese acto de ofrenda. En su nombre agradecemos a Prometeo su osadía, su coraje y su generosidad. Por eso la escultura se llama «Fuego Robado».

Travesía Chiloe Insular, Poblado de Queilen
Taller Primer Año de Arquitectura, Tercer Trimestre 2008

Discurso de Exámen de Iván Ivelic

Taller de primer año, 62 alumnos dedicados al estudio y propuesta del espacio publico.  Dimos cuenta en el primer trimestre de la materia de estudio del taller, en Valparaíso, desde la observación a la forma.
Hoy damos cuenta de la travesía a Queilen, Chiloe y el proyecto final, plaza vertical en quebrada Márquez.
El hilo conductor parte desde el taller de construcción, a mediados de julio. Primeros conceptos estructurales y constructivos, adquiridos desde la experiencia real de materializar en papel sistemas estructurales optimizando la relación peso propio/resistencia. Es decir son mejores aquellos que menos pesan y mas resisten. Este optimo esta relacionado con la forma que cobran los elementos resistentes, por ejemplo un tubo sometido a compresiones o una cinta sometida a tracciones.
Distintos encargos que buscan lograr una mayor luz, o distancia entre apoyos de la estructura, a la vez que resistir cada vez mas carga, llevando el sistema hasta el colapso, para verificar o identificar las razones de la falla y perfeccionar la estructura para el próximo paso. El cierre de la experiencia consiste en la proposición de un escaño o banca de 6 mts de largo realizado en madera (postes y tablones) para emplazarlo en la parte alta de la ciudad abierta. Se trabaja el proyecto en grupos que realizan modelos a escala, planimetrías, cubicaciones y presupuestos. El tercer trimestre comienza con una pretravesia en ciudad abierta, construyendo 4 de los escaños propuestos al ser los más desarrollados. Esta semana trae la coordenada de las faenas de obra. Gestiones, compras, trazados, excavaciones, cemento para fundaciones y carpintería, entre otras. Es la materialización de un proyecto, la experiencia de obra. El taller cobra cuerpo, se definen roles, responsabilidades, caracteres.
Con esta introducción partimos la travesía que fijamos en Queilen al percatarnos que no habíamos realizado nunca una obra de travesía en la isla grande de Chiloe. La ocasión se da a través de una ex-alumna que trabaja en la municipalidad. Nos extienden una invitación a través del Alcalde quien compromete apoyo con el alojamiento y un millón en madera. Afinamos los cálculos, nos dividimos en grupos, preparamos todo y partimos a Chiloe, archipiélago, traslapo de mar y tierra, ha configurado un modo de vivir este traslapo muy singularmente generando una cultura propia muy constituida. Tal vez por eso no había sido de nuestro interés…Queilen ubicado al sur de castro fue accesible por tierra hace pocos años. Nace desde el mar desde hombres de mar desde el mundo de la navegación y las embarcaciones de colores fuertes. Colores que están presentes en la fachadas de las casas, los marcos de las ventanas, techos. Colores que cubren tejuelas de alerce o canelo. Colores que confirman este origen marítimo.
Queilen esta emplazada al pie de un pequeño cerro que se extiende al norte y comienzo de una península de arena de 2 Km. que se extiende al sur. Esta península es un lugar al que se va a caminar, a recorrer, a retirarse. Surge como el lugar para la obra. Un espacio publico, una plaza diríamos genéricamente. Unas infraestructuras que permitan detenerse, demorarse. Nos trajimos los 6 proyectos restantes de los escaños del taller de construcción y encargamos la madera para construirlos.
El tamaño del taller en acto de abertura del lugar, el primer día, definió el tamaño de la obra. Los escaños configuraron los perímetros y nos hicimos lugar cada día de faenas con sol la primera semana y fuertes lluvias la segunda.
La madera aportada por la municipalidad la utilizamos para armar unos suelos, una suerte de muelle en torno a un fogón, que se extiende  hacia los dos mares. Suelos que permiten caminar, sentarse, tenderse. Quedarse en el lugar, reconocerlo, contemplarlo. Un fogón al centro fue lo que encontramos la primera vez que llegamos al lugar. La plaza del fuego nos dijimos en algún momento… sin embargo, la celebración final nos trajo el destino de la obra.
Un curanto nos propusimos, lo más propio en Chiloe. Costo encontrar quien fuera capaz de hacer un curanto en hoyo para 100 personas, hoy los hacen en olla, mas fácil…se pierde la tradicion.
Resulto la obra con su fogón central el lugar perfecto, el lugar mismo del curanto, tamaño adecuado a la cantidad de mariscos papas carnes milkaos y chapaleles, y las cubiertas de madera perfectas para dejar todas las cosas, platos comida bebidas y total disponibilidad para acoger desde las distintas alturas al cuerpo del taller. Resulto que la celebración fue el acto mismo de plenitud de la obra, una plaza del curanto.

Queilen, Ciudad y Espacio Público

Discurso del examen del tercer trimestre de 2008 de Mauricio Puentes

Queilen, Chiloé, unos dos mil habitantes en el pueblo, otros tantos en la comuna. Un pueblo bien trazado, con su plaza casi al centro tratando de organizar un territorio que constantemente hace sentir su complejidad. Un pueblo dividido en parte baja y parte alta. La primera casi plana asociada a la punta que se prolonga hacia la isla Tranqui.  Un pueblo entre dos mares en el cual se trató de imponer el trazado en damero con manzanas definidas emplazadas a lo ancho de esta franja.
Un lugar propicio para estimular el sentido del taller: dar con el espacio público en la forma urbana de las ciudades.
Sin embargo salta la primera pregunta, ¿es Queilen ciudad?, por tamaño y población podríamos decir que no. Pero entonces, ¿son las comunas más grandes de Chile por si solas ciudades?, Puente Alto, por su alta dependencia de Santiago no pasa de ser un gran barrio residencial donde la vida cívica cotidiana no parece darse más que por medio del transporte público. En ese sentido, Queilen, lejano, retirado, al extremo de una ruta, parece sostenerse por sí misma.  Carece de servicios, bancos, centros comerciales, pero si cuenta con un centro cultural, un museo, una calle principal a lo largo de la cual se emplazan las tiendas incluyendo una funeraria. Una costanera que integra a la playa como un paseo tal como un parque urbano. ¿Cuántos centros culturales hay en estas gigantescas comunas de cientos de miles de habitantes?
A Queilen fuimos porque nos invitaron. El alcalde, a la luz de los diálogos sostenidos con una ex alumna que trabaja en el municipio, nos hizo una invitación formal. En principio por eso fuimos a Queilen, pero también porque resonaba en el aire esta idea de pueblo con pretensión de ciudad a la cual era válido ir a verla, permanecer y construir una obra.
Nunca antes habíamos asistido a Chiloé en travesía, nunca antes una travesía se había arriesgado a sostener una obra en un territorio chilote en el cual su identidad se manifiesta fuertemente en la vida cotidiana y por el cual finalmente se ordenan sus pueblos y ciudades.
Y con eso nos encontramos, cercos de arrayanes, patios de pastos densos, negocios algo ocultos tras los zaguanes, hip hoperos y punkies con marcado acento cantadito reunidos en un moderno paradero de micros construido en madera y policarbonato.
Y calles y veredas pavimentadas e impecablemente limpias y ordenadas, pero junto a estacionamientos que desafían la normativa y manzanas en la que la mayoría de las propiedades son prácticamente imposible de regularizar.
Y al centro, o casi a un lado, la plaza, y en los extremos, el mar, el cerro y la puntilla.
Recuerdo un día en que caminando a la obra, mil quinientos metros desde el campamento, un alumno me interrogó sobre si había reparado en que las calles de Queilen son todas rectas, y que camino a la puntilla, justo antes de una leve curva, el pavimento se termina, casi como una evidencia de un obstáculo imposible de superar. No es posible darle forma a la curva, no pertenece al trazado urbano, se deja como periferia. Evidencia de la idea oficial de imponer un trazado independiente del territorio. Forma y lugar que no se juntan.
Vale reconocer que no había reparado en eso hasta ese momento.
Y bien, la obra, en las afueras del pueblo, a medio camino entre el camino pavimentado y el extremo de la puntilla intenta que el pueblo se prolongue por su territorio, quizás anhelando que la imposición de un trazado limite su propia forma.
La experiencia de obra en la ciudad abierta como fue la construcción de los escaños estudiados y diseñados en el taller de construcción, nos permitió obtener las herramientas para trazar unos ejes transversales a lo ancho de la puntilla y contener así los dos mares, el mar de la cercanía y el de la lejanía, un aquí y un allá, un centro a un lugar de borde tal como lo anhela esta plaza para el fuego.
Un entre que vincula y que desde su propio centro se conforma como un nuevo borde. Entonces, así como la puntilla se recorre a lo largo de ella, la obra irrumpe como una transversal para dejarlo a uno al borde, de frente ante estos dos mares.
Y con este sonido volvimos a Valparaíso y al proyecto final.
Subida Marquez donde intenta juntarse con el Camino Cintura. Ahí, un desnivel abrupto no permite esta continuidad apareciendo un eriazo casi vertical que debe ser rodeado.
¿Cómo volvemos, entonces, este eriazo, ciudad?
Vinculando, trayendo a presencia estos dos bordes interiores de la ciudad. Un espacio público que irrumpe no solo como un lugar de paso sino como de permanencia. Un pasar y un estar que se constituye como un nuevo centro que reúne dos bordes.
Sin duda la fidelidad a la observación, a los hábitos en el lugar, a lo cotidiano, a los anhelos espaciales de estos restos de ciudad permiten darle forma a este nuevo centro de ciudad.
Sin duda, esta fidelidad nos traerá algo de Queilen a Valparaíso.

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