octubre 6, 2009

Clase 2 Trimestre III 2009

Categorías:

Manuel Sanfuentes:

«Salen del mar cuatro niñas
… las niñas son coronadas
… todos avanzan hacia la costa
… todos los amigos en cada detención gritan: Evoe! Evoe!
Es el canto con que se saluda al dios Dionisio». [1]Godofredo Iommi M., El Pacífico es un Mar Erótico, en Dos Conversaciones. Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de Arquitectura UCV. Viña del Mar 1984.

Con este relato que fragmento, Godofredo Iommi cae en la cuenta de la realidad erótica del mar Pacífico; el éxtasis dionisiaco que provoca la fiesta que trae la palabra nos revela el eros que mueve a los hombres cuando hay una aventura que se debe llevar adelante entre todos.

Este llevar a la palabra adelante, dándole curso al ritmo del tiempo, es la manifestación más clara de lo que llamamos acto. El acto poético concilia –como un re-ligar– a la palabra con la acción, la vuelve una como era en un principio.

Todo se nos presenta separado fuera del acto poético; como el acto de amor más puro, que reune a la naturaleza humana en un mismo cuerpo por un instante determinado, no permanente, efímero, excelso.

Esto nos señala inmediatamente que el acto poético se da en una discontinuidad de lo ordinario, pero que a la vez da ritmo al devenir; sería pues la manifestación de lo extraordinario que hace que lo ordinario se oriente y tenga algún destino.

Pero esto sólo se da cuando hay un eros que bordea la piel en todos y roza la boca de la poesía cuando ella guarda silencio; cuando la pasión y la paz –como nos dice Carlos– se levantan juntas entre nosotros para celebrar la realidad del presente.

¿Pero qué realmente celebramos? Creo que celebramos un mandato; algo encomendado, algo que a nosotros nos vino a través de un acto que dio origen al valor que hemos puesto en el desprendimiento.

Se entiende que hay siempre un acto primero que da testimonio de este sentido de la impropiedad; este es el acto-vida de San Francisco y de su llamada a hermanar todo aquello que se nos presenta como separado, sin que veamos el vínculo que los une y los vuelve una misma cosa.

Sólo en la impropiedad podremos reconocernos como hermanos; sólo en el acto, la palabra se reune y concilia con toda acción. Sólo en la poesía –y de este modo– se reunen los sentidos hasta estremecer el cuerpo estupefacto. Caer en la cuenta es ver más allá de los hechos; desde ahí es que se puede tener una visión de la vida que reune todos los aspectos en la celebración de ella misma.

El acto es impredecible y no premeditado y se da sólo ahí cuando se está dando; es –como decimos– presente puro. Uno es sobrecogido y llevado, lo que exige, pues, es pura disponibilidad; no hay aquí vergüenzas ni pudores porque en realidad se está poseído por el dios, se le lleva dentro… para que lo que aparezca sea el dios mismo y  su presencia ante el mortal perecer de cualquiera.

Las bacantes invierten el orden de la ciudad –de lo cotidiano–, abandonan sus quehaceres poseídas por el delirio y el éxtasis dionisiaco; es la «manía» o locura divina a las que se entregan con profunda devoción.

La fiesta nos recobra la realidad, nos vuelve a ella ya saciados de aquel desconocido con que «lo otro» se nos presenta junto a lo más propio ¿Qué nos trae el acto, entonces, sino la conciliación con los restos que no tienen forma ni posición en las resolutivas propiedades que los oficios llevan adelante?

El acto poético ha de tratar con esas diferencias para manifestar la disyuntiva en que nos encontramos cuando hemos sido llamados a construir el mundo. Darle forma al mundo es nombrar las diferencias para caer en la cuenta de lo falto de; estas son las carencias.

Esto es lo que celebramos, nuestras propias carencias; la fiesta sería el canto de lo incompleto, de lo que falta para llegar a la plenitud de la máxima.

El Evoe! Evoe!, o canto de las bacantes, es la manifestación de esa melancolía de lo completo; el héroe, más bien el heroísmo, no se entiende sino hay un dios dentro de uno (volvemos al entusiasmo).

El amor, dulce y cruel, es la palabra que nos diera el Acto de San Francisco –y que el mismo Mar Pacífico nos susurrara–, fue cantada por todos desde ese mismo adentro que surge como una voz de todos que hermana las diferencias.

No será la poesía un eros continuo que habita en la extensión entera de la vida y que no puede salir de aquel acto, y que es visitada por los hombres –con sus oficios– siempre en medio, ella, de su propio furor continuo y sin descanso. Tal visitación es acto, y es cuando el oficio toma medida de su habitar y su existencia; se mide con ese dios de dentro, y entra en la fiesta para más tarde salir y volver a la distancia de su propio oficiar.

La poesía no entra ni sale, está siempre sumida en su perpetuo Evoe! no cesa… cesa el poeta, pero no la poesía; cesa la fiesta, cesa el acto, cesa todo lo que tiene forma, cesa el mundo, pero no la poesía porque ella es «boca del espíritu», porque ella es lo que no puede decirse… que es lo más verdadero.

Allí reside toda belleza y el mundo se hace mundo cuando ejercemos nuestra condición de ser en el tiempo: tal es el presente del acto.

Si Jaime estuviese con nosotros nos diría que participa también de este acto, desde un recodo donde la palabra canta sus atributos; leo de F. Hölderlin estas líneas que siguen:

«En chozas mora el hombre, en vergonzantes vestidos se oculta, que cuanto el hombre es más hombre interior
tanto más solícito anda de guardar el espíritu, cual la sacerdotisa la llama divina. Y en esto consiste su inteligencia. Y por esto tiene albedrío
y se le ha dado a él, el semejante a los dioses, poder superior para ordenar y ejecutar, y por eso también se le dio al Hombre el más peligroso de los bienes, la Palabra, para que creando y destruyendo, haciendo perecer y devolviendo las cosas a la sempiterna viviente, a la Madre y Maestra, dé testimonio de lo que él es: de que de Ella ha aprendido lo que Ella posee de más divino: El Amor que al Todo conserva». [2]Friedrich Hölderlin, en Martin Heidegger, Hölderlin y la Esencia de la Poesía, p. 22. Editorial Anthropos, Barcelona 1989.

Andrés Garcés:

p_01_c2_tiii_2009

e.1 momento de la poesía hermana muerte. Cada uno nombra y recuerda a su seres queridos que ya no están. Los poetas invitan a todos a comenzar la jornada del Acto, en la ladera de una duna baja, todos recostados invocamos a nuestros difuntos. La muerte invocada por todos  aparecida en la voz. Insistir en el cántico cada vez detenidos, acostados y el poeta se aleja para distanciar la voz.

p_02_c2_tiii_2009

e.2 Las máscaras, la hermana muerte, la música y el fuego. ¿Cómo representar la muerte? 6 pasos del dibujo, que intentan traer la imagen de la muerte, en el blanco de la página. El gesto de ese momento último, las manos , los ojos, la boca, todos caídos. nombramos lo caído.

p_03_c2_tiii_2009

c.3 La liturgia, en el bosque cobijados por éste sin lejanía, pura proximidad. En la  liturgía nos recogemos de la extensión para quedar ante el acto de resurrección de la muerte .  La liturgia como ese modo que tiene la fe de decirnos que la carne vuelve a nacer. El  altar, el sacrificio y el recogimiento.

p_04_c2_tiii_2009

e.4 En la duna, la ladera de un cerro, el augurio del viento. Subimos a la duna sobre la vega, mirando hacia ella (el augurio del viento). Al poeta como el augur que predice  según los acontecimientos naturales, si es propicio el juego y la competencia.

p_05_c2_tiii_2009

e.5 el viento y los volantines. el juego, supremo rigor de mi libertad. La extensión de la Vega (profunda) y la extensión del cielo (abierto). profundo y abierto.

p_06_c2_tiii_2009

e.6 En el mar pacífico, el desprendimiento. En el mar, el borde, un encuentro, el desprendimiento de lo que traemos con nosotros, lo cotidiano de andar calzados a estar decalzos. Manifestación de cruzar la temperie del cuerpo con la interperie del agua.

p_07_c2_tiii_2009

e.7 El Ágape, la restauración. Volvemos a la Vega, y luego de una larga caminata, la restauración del cuerpo a través del agape o comida. La comida restaura el cuerpo interior, el fuego restaura el cuerpo exterior, nos quedamos y construimos este instante (del restauro).

p_08_c2_tiii_2009

e.8 El acto de oír. Partimos a la Sala de Música y nos espera la música, la cual ha de ser oída, y al hacerlo, analizarlo.

p_09_c2_tiii_2009

e.9 La ópera, la creatividad, la encrucijada de la palabra, el sonido, la acción. Entre la música, la poesía que conforma un coro de hermanos, que declaman el verso del poema.

References

References
1 Godofredo Iommi M., El Pacífico es un Mar Erótico, en Dos Conversaciones. Taller de Investigaciones Gráficas, Escuela de Arquitectura UCV. Viña del Mar 1984.
2 Friedrich Hölderlin, en Martin Heidegger, Hölderlin y la Esencia de la Poesía, p. 22. Editorial Anthropos, Barcelona 1989.

Noticias relacionadas