enero 22, 2007

La Venida de Grecia

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GRECIA Y LA PALABRA MITO

(Apuntes de Presentación a la Arquitectura para el Taller de Primer Año).

Introducción

Nuestra aproximación a Grecia comienza en una pregunta ¿Existe algo de Grecia actuando en nuestro presente? Luego, de existir estos elementos cuáles de ellos son interesantes para el estudio de nuestros oficios, y finalmente cómo o a través de qué maneras podríamos interrogarlos y acercarnos a ellos.
¿Cómo partir? ¿Por dónde comenzar? Son preguntas que no tienen una única respuesta y su solución depende simplemente de los lenguajes que cada oficio posee para sostener sus propias materias. En este caso nosotros, en tanto que somos hombres y mujeres de la forma, debiésemos escoger los rumbos y campos de las artes para hacer la tarea. Pero ante todo y justamente la condición de ser hombres y mujeres nos permite intentar un desvío. Por lo tanto abrimos una vía directa con la poesía, para que sea la relación entre la palabra poética y el oficio lo que genere no directamente los contenidos o respuestas, sino más bien los puntos de partida; la puesta en marcha de esta aproximación.


La historia no puede representarse como una línea cronológica sobre la cual situamos los acontecimientos relacionados con fechas y lugares. La lógica de ‘causa y efecto’ conduce rápidamente a la representación de la historia como un continuo de fenómenos, hechos y personajes que avanza en una línea recta, dejando al pasado atrás y al futuro hacia adelante. Es la idea del progreso, como si fuese posible concebir a la historia como la acumulación progresiva de experiencias que determinarán así a las experiencias del porvenir. es la misma idea que lleva a las sociedades actuales a creer que esa misma acumulación es posible en el conocimiento y en el desarrollo de la ciencia o la tecnología. Sin embargo sabemos que (Adrados, 1975): “la historia no es un todo continuo, sino que presenta regresiones, repeticiones y, en suma, unidades parciales dotadas de unidad interna”. Godofredo Iommi analizó estas mismas unidades y sus juegos de relaciones en la composición de una lengua, las llamó ‘unidades discretas’ y las identifica como constructoras de un ritmo (Iommi, Elogio a la unidad discreta). Ese juego entre lo continuo y lo discontinuo es lo que conforma un ritmo y se puede aplicar también al modo en que es la historia.
Atendiendo a esta situación es que necesitamos elegir un enunciado que nos permita atravesar los movimientos rítmicos que son al unísono ir y volver, estar y partir, avanzar y salir.
Propongo una introducción a la Grecia antigua desde la palabra Mytho. Se trata de algunas de las consecuencias que Mytho (significa en lo más profundo palabra) trae para el mundo griego y desde allí algunas de las relaciones extraordinarias que esa Grecia antigua juega en nuestro tiempo. Esta palabra nos llevará por rumbos vastos y amplios del tiempo.
Tenemos esencialmente encargado algo a la palabra poética. Pero ese encargo no significa que vayamos a estudiar poesía ni nos referiremos sólo a ella. Significa que intentaremos dilucidar una relación que existe entre la palabra de la poesía y las obras de los oficios. Sin embargo nos encontraremos con varios problemas en este andar. El primero y principal es que dicha relación no es una elaboración meramente abstracta; por lo tanto no tiene una fórmula que pueda aplicarse para obtener resultados. Esta relación, al menos en esta escuela, es un modo de vida.
Veamos entonces.

La Influencia Griega en Hoy

Es posible que estas plazas sean una de las herencias directas que recibimos de Grecia, sin embargo nuestras ciudades, nuestro lenguaje y nuestra identidad también han recibido y reciben esta clase de influencias desde otras civilizaciones y culturas, tanto de algunas extinguidas como de otras contemporáneas. No es posible desentenderse de la infinidad de vocablos que enriquecen nuestro castellano, venidos de las varias lenguas naturales de América, pre existentes a la llegada de los europeos. Una influencia directa en la lengua es una esición feroz cuyas fuerzas alcanzan a intervenir en aspectos esenciales de la vida y las costumbres de un pueblo.
 Tampoco podríamos no considerar los modos indígenas de relacionarse con sus dioses, pues esas tradiciones, mezcladas con el cristianismo, derivan en muchos modos del culto popular que hoy observamos en nuestros campos o ciudades. También mantenemos, hasta hoy, juegos de diversa índole que son derivaciones de juegos de comunidades pre hispánicas, las que  modificadas e intervenidas por siglos de siglos siguen siendo juegos actuales. Si es verdad que recibimos múltiples influencias desde las más variadas formas y culturas alrededor del mundo y de los tiempos, es necesario
Pero el lugar común dice que Grecia es la cuna de la civilización occidental y que representa un giro en la historia de la humanidad.

La Aparición de la Razón Crítica.

El judaísmo, el budismo, el zoroastraísmo influyen o alimentan sistemas sociales constituidos por servidores –de los dioses, de los reyes, las normas– en los que se acepta como natural y evidente el orden establecido. Son las que Toynbee llamó civilizaciones detenidas, caracterizadas por la palabra ‘atadura’. Las culturas orientales han alcanzado un estado de civilización relativamente estática e inmóvil, en la que existe un encuadramiento rígido dentro de un sistema tradicional de normas o creencias. En Grecia acontece el descubrimiento de una nueva humanidad, de una nueva conciencia de lo espiritual y de la libertad y dignidad humanas. Aparece la idea de un individuo aislado que crea una sociedad autónoma, apoyado en la sola razón y no en una fe o creencia religiosa. La civilización greco-romana es la que inicia una acción de desatar, gracias a una nueva dinámica que rompe una a una las antiguas ‘ataduras’. Esa nueva dinámica no es otra cosa que la fuerza de la razón crítica que ahora por primera vez entra en la historia. Se crea la autonomía del individuo, el autogobierno de la ciudad, la filosofía y la ciencia. Y también el individualismo desenfrenado y el relativismo. En Grecia la crítica alcanza todos los campos y se hace común a vastas masas de ciudadanos particulares. Es la preeminencia del logos; el principio racional del universo. En muchas otras culturas podríamos describir bellísimas aproximaciones espirituales del hombre a lo divino; o concepciones cosmogónicas complejas y trascendentes; o comportamientos éticos superiores que se encaminan a exaltar la condición humana. Y es cierto que también en los distintos períodos de Grecia podemos hallar cosas análogas. Sin embargo no podemos encontrar en ningún otro lugar, sin influencia griega, productos característicos del espíritu racional como la democracia, la ciencia, la planificación total, o el individualismo radical que acaba rompiendo con todo orden colectivo. El logos consigue, al mismo tiempo, una nueva libertad, un nuevo humanismo y la disolución de los lazos colectivos hasta conducir a un individualismo extremado. La misión del logos es doble: al mismo tiempo que destruye las ‘ataduras’, crea nuevas formas, nuevas doctrinas, estilos de pensamiento y estilos de conducta que a su vez se constituirán como nuevas ‘ataduras’ que vienen a reemplazar las mismas que ha destruido. 
Los hombres necesitan un sistema de normas sobre el que apoyarse y descansar, pero su misma racionalidad le impide estar cómodo o a gusto dentro de esas normas. Con todo, el logos griego de los siglos V al IV AC no consiguió imponer todas sus ideas renovadoras y muchas de ellas vinieron a desarrollarse recién a mediados del siglo XX. El nuevo humanismo debió establecer largas luchas por poner en práctica sus principios; las elites tribales, las aristocracias y los poderes políticos impidieron que estas reivindicaciones alcanzaran, hasta muchísimos siglos después, por ejemplo a los esclavos o a la mujer.

Una Cultura Helenocéntrica

Las influencias e influjos que se tienen entre Roma y Grecia es materia de otros apuntes. Sólo valga decir que Roma es una cultura helenocéntrica y que Occidente, influenciado directamente por Roma es helenocéntrico también. El actual proceso de mundialización es el trance de absorción de todas las culturas de la tierra por la civilización occidental y por lo tanto, de convertirse a su vez en helenocéntricas. No interesa si esta unificación cultural se produce con resistencias o rencores para con Occidente. Tampoco interesa el grado de importancia que tienen en el proceso las maldades de la economía capitalista o los embates militares de las potencias o naciones desarrolladas en contra del llamado tercer mundo, o en favor del acaparamiento de recursos naturales en todo el planeta. No se puede recibir de Occidente sólo una parte, por ejemplo su tecnología, y despreciar el resto intentando mantener una intimidad intocada. Y la pregunta de este apunte se expresa ahora entonces: ¿conserva la historia griega alguna actualidad en nuestro presente?

El Logos Griego.

Zarathustra: que reconocen como divinidad a Ahura Mazda, considerado por Zoroastro como el único Creador increado de todo. Proclama esta nueva creencia como una revelación  y exige fe, no comprensión.

Lao-Tsé no sale de un vago panteísmo primigenio.

Buda descubre de repente la vanidad de la existencia y predica el aniquilamiento personal.

Las sociedades orientales viven sometidas a estructuras y poderes admitidos sin más.

La civilización greco-romana es la que inicia una acción de desatar gracias a una nueva dinámica que rompe una a una las antiguas ‘ataduras’

Los Relatos del Comienzo

¿Cuándo comenzamos nosotros?, o mejor dicho ¿cuándo comienza lo que somos nosotros hoy? Supongamos por un instante que ese nosotros se refiere a la humanidad. La ciencia nos hace algunas indicaciones, como establecer que el primer signo de humanidad es la posición erguida (el ‘homo erectus’ de hace 1,6 millones de años, o que esa primera señal de lo humano es el primer entierro de los muertos, o al surgimiento del ‘homo sapiens’ de hace 10,000 años. Hay aquí materia para debatir. Yo voy a seguir no por estos caminos científicos, sino por uno poético. Voy a proponer dos relatos para darle a la raza humana su carácter distintivo y definitivo.
El primero es recogido por Godofredo Iommi, de Walter Otto (1) (Iommi, Hay que ser absolutamente moderno):

“Zeus termina la construcción de un mundo.
Todos los dioses están presentes. Sobreviene un admirable silencio, estupor ante la belleza de lo construido. Entonces Zeus pregunta a los dioses si falta algo para que la construcción sea perfecta. Los dioses convienen que algo falta. ¿Qué? Falta la palabra, pues sólo la palabra elogia. Y entonces Zeus crea las Musas.(2)”

El segundo es un fragmento tomado del relato del Génesis:

“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre.”

En ambos relatos la primera misión de los hombres es el nombrar. Por una arbitrariedad justa proponemos que nosotros, los humanos, comenzamos cuando pudimos nombrar. Es decir, con el habla. ¿Cómo hablamos nosotros? ¿Qué hablan ustedes, los que están aquí presentes?

La Palabra

Hablamos castellano; una lengua romance surgida desde el fondo de otra lengua: el latín. Y esta lengua indoeuropea alcanzó su máxima expresión por la influencia del griego.
Nosotros pertenecemos a lo que se llama en forma vaga y general la civilización occidental primeramente porque hablamos castellano. Y una lengua literalmente se juega su más íntimo ser en su poesía. Pero la poesía no nos va a enseñar nada, no contiene enseñanzas al modo de aquellas materias que se aprenden de memoria ni al modo de las técnicas que se adquieren por medio de la experiencia. Apenas tendremos de ella alguna indicación. Pero una indicación radical.
Para aceptar el hecho de que vayamos a vincularnos a un pueblo que vivió hace varios miles de años, es necesario comprender algo respecto de la historia. Mejor dicho comprender algo respecto del tiempo. ¿Cuáles son las formas que dividen y a la vez reúnen al tiempo? Son básicamente tres: Pasado, presente y futuro. Descartamos cualquier vinculación con el futuro porque éste no existe, como ya lo estableciera C.S. Lewis en su carta XV de las Cartas del Diablo a su Sobrino. Ahora vamos a concentrarnos en el pasado; una Grecia que existió hace siglos de siglos. Sin embargo queremos que ese pasado se presente, que se haga presente. Por eso se llama como se llama este curso. A través de tareas y clases intentaremos un imposible: que esa Grecia se haga presente. De ese imposible se encargará el mytho. Y para ello tendremos previamente a la vista otra palabra: mneme.
Mneme es hermana de Okéanos y de Kronos, hijos de Khaos. Mneme es Mnemosyne, la madre de las nueve Musas. Nosotros traducimos ese nombre como Memoria. Pero inmediatamente hecha la traducción hay que hacer algunos alcances.
Estos personajes griegos existen aún antes que Zeus y están situados en el inicio de todo; en el comienzo del mundo; en la realidad primordial y primigenia. Por esto la Memoria no es simplemente la capacidad de recordar; de hecho no es ni siquiera una capacidad. La labor de Mnemosyne no es situar los acontecimientos dentro de un marco temporal sino de alcanzar las fuentes del ser; descubrir lo originario y acceder a esa realidad primordial desde la que ha surgido el Cosmos. No existe para esta Diosa la división del tiempo en tres módulos independientes, porque el conocimiento (o más bien la habitación en) de la fuente originaria permite, así, comprender el devenir en su conjunto. El devenir del tiempo es la realidad entendida y concebida cambiante, ni hacia adelante ni hacia atrás, sino siempre hacia el todo eterno, hacia el ser. El devenir como el proceso mediante el cual la humanidad se hace o llega a ser. El devenir del tiempo humano sólo acaece en el presente, único tiempo “totalmente iluminado por los rayos eternos”. 
A través de la memoria se trata de acceder al fundamento del mundo y por esto olvidar equivale a la muerte. Lo contrario de Mneme es ‘anamnesis’; origen de nuestra amnesia. Pero la amnesia tampoco es simplemente la imposibilidad de recordar cosas; es más bien el extravío de la identidad propia. Es decir, la amnesia es no poseer ni origen ni destino.
Mnemosyne y sus musas escogieron a los poetas para hablar a los hombres, para entregarles este conocimiento. Los poetas son poseídos por las musas y ellas hablan por la boca de los poetas. La poesía es la vía para acceder al fundamento del mundo, a esa fuente originaria o realidad primordial. Por esto la poesía no es profética, no intenta adivinar el futuro ni vérselas con predicciones o pronósticos. Aunque sí se juega en una paradoja, pues a través de llegar hasta el inicio de todo consigue inmiscuirse en el devenir. La poesía se interna en la realidad primordial, que es a la vez originaria, primera y presente puro. Así los pueblos obtienen o conciben un destino.
Estos acontecimientos primordiales están relatados en los mitos. Los mitos le confirman al hombre que todo lo que hace o trata de hacer ha sido ya hecho al principio del tiempo y son, por eso, la suma de todo saber útil. Olvidar el contenido de esta ‘memoria colectiva’ –consituida por la tradición– equivale a una regresión al estado natural (como el de los niños), es decir, a un estado sin cultura. Los relatos míticos son cantados por la poesía porque de hecho, decíamos, mytho significa palabra. Y ya hablamos que la palabra perfecta es la poética.
Entonces, un mito no es un relato de hechos pasados y remotos sino una realidad viviente; un acontecimiento primordial que de manera ininterrumpida domina y define el destino de los hombres. Es un factor viviente de la civilización humana y su acción existe plenamente en el mejor de los presentes. No importa o no se trata de que pretendan ser o no verdaderos: Los hechos relatados presentan la afirmación de realidad que está más allá y es más importante que la historia misma. Los mitos determinan la vida actual porque son el conocimiento de los orígenes más profundos y porque son un reflejo fiel del devenir (3).

Más aún, si un mito permite acceder a las fuentes originarias del ser, entonces es certera y justamente un rumbo hacia ese todo eterno y completo, indefinible pero raíz de la realidad, y por lo tanto allí se halla el fundamento de todos los quehaceres humanos, en cuanto éstos sean el elogio de la belleza de la creación. Los mitos indican la condición divina del ser – humano, de suerte que sus relatos nos enfrentan, cara a cara, con esos dioses o fuerzas creadoras iniciales. Y nos muestran cómo actuar ante y enfrente de ellas. Nosotros actuamos a través de las obras; cada oficio con su lenguaje y con sus obras. Un mito es la forma de la palabra, la palabra que los dioses dijeron que faltaba, la que elogia la belleza de la creación, la del logos inicial, la que nombra las cosas para que surjan y suban al claro de los hombres. Pero todo nombre tarda en definir aquello que nombra. Se requiere construir devenir. Esa construcción son las obras.

Primer Mito.

Nos vamos entonces a Grecia, al período pre helénico, a Creta, entre los años 1700 y 1400 AC. Estamos en Knossos en el palacio del rey Minos. Este palacio se llama LABERINTO, nombre que viene de Labrys (especie de hacha doble). Los mitos relacionados con este palacio le dieron su nombre al conjunto de pasillos intrincados de difícil salida (nota 4). Todos conocen bastante bien este cuento, y sólo voy a hacer una sencilla reflexión.

Cuernos de la Consagración, en el Palacio de Knossos, Creta.

Segundo Mito.

Esta vez avanzamos hacia un ejercicio que nos interesa en demasía, especialmente considerando que nuestro propio y fundamental poema se llama Amereida. Se trata de la destrucción de Troya y así del comienzo del viaje de Eneas.
Eneas efectivamente va a realizar un viaje épico cruzando mares y visitando tres continentes hasta llegar al Lazio, en la península itálica. Allí va fundar Roma y así la latinidad toda. Para conocerlo desde su verdadera fuente vamos a leer el Canto XX del poema Homérico (nota 5)
. Pero antes sigo con la importancia de Eneas para nosotros. Muy cerca del año 0 de nuestra era un emperador romano le encargó a un poeta que escribiese el fundamento esencial del imperio. El emperador Augusto, en el momento del máximo apogeo de Roma, considera que esta no posee un destino del todo claro y le encarga a Virgilio que escriba un poema que cumpla con otorgarle ese destino. Virgilio entonces se aboca a escribir la Eneida, pero para darle destino al Imperio Romano, el poeta se ocupa de sus orígenes y escribe La Eneida, que es el viaje de Eneas desde que huye de Troya hasta que funda Roma.

Aquiles, de Rubens

Amereida y los Héroes.

Casi 2.000 años después Godofredo Iommi repitió el ejercicio; su encargo poético era darle destino a América, y para eso se ocupó de su origen escribiendo, junto a otros, Amereida, que como bien uds. saben es la unión de las palabras América y Eneida. Y más aún, nuestras travesías son el equivalente a las aventuras de Eneas o de Aquiles o de Héctor.
¿Por qué traemos la Eneida a este Taller?
La Eneida es un poema romano, escrito por Virgilio por encargo del emperador Augusto. El emperador le encarga al poeta que escriba el origen de Roma, para que su imperio tenga destino. Y lo hace en el momento álgido del apogeo, cuándo roma está en la cumbre. Virgilio escoge la historia de Eneas, un héroe poco conocido entonces. Y lo que hace es traer, hasta los fundamentos de Roma, la cultura griega. Desde Troya, destruyéndose hasta el Lazio. Eneas es el portador de lo griego y con esa herencia va a fundar Roma.
Les traigo esta historia porque eso exactamente es lo que hace Amereida: es la Eneida de América. Si la Eneida trae lo griego ¿que trae Amereida? La Latinidad. La proposición es que nosotros, los americanos, somos latinos.
Los héroes, a través de las eras, han sido tratados desde diferentes perspectivas en orden a construir alrededor de ellos toda clase de justificaciones territoriales, políticas, sociales, etc. Los mismos héroes que para determinada cultura representan ciertos valores, a la vuelta de los años son reinterpretados y ubicados desde nuevos puntos de vista favoreciendo o aborreciendo pensamientos, ideas, vocaciones, etc. Existen ciertos héroes mitológicos cuya personalidad y acciones tienen una característica o impronta ética indeleble a través de los siglos, pero cada tiempo ha interpretado su forma física, sus cualidades y hasta su historia para adecuarlos a un modelo de comportamiento moral y de justicia que se adapte a las circunstancias. Los héroes son personajes que de un modo u otro han vivido en los límites de lo corriente o lo establecido, llevando su accionar hacia la frontera entre lo imposible y lo increíble. Siempre movidos por el anhelo de un mundo mejor, combatiendo la injusticia y la maldad, construyendo mundo allí donde reina el desorden, reforzando o manteniendo con vigor los fundamentos de la civilización. Ellos son representantes no sólo de las fuerzas benéficas que combaten contra la maldad y la perdición en un cosmos imaginario no terrenal, sino que además representan la lucha del hombre consigo mismo, con sus propias pasiones. Es por esto que la poesía y las artes se han ocupado de ellos tan intensamente, y de ahí que un tema o contenido esencial de los mitos sean los héores.
El personaje principal de la Eneida de Virgilio ha sido estudiado profusamente no sólo desde la literatura, sino que desde múltiples disciplinas. Sin embargo hay que intentar adentrarse en algún distingo y por el sólo mérito de la aventura es posible hallar novedad.
Ya decíamos que no se trata de averiguar si Eneas realmente existió o si Virgilio nos dejó velados y misteriosos secretos en su poema. No se trata de conocer sicológica ni moral ni simbólicamente a Eneas. Al hablar de identidad se hace referencia a una igualdad que –en Eneas y en la Eneida- se pueda verificar siempre, sea cual sea el momento y en lugar en que se llevan a cabo las interpretaciones. Muchas veces esta identidad deviene por medio de la comparación; cuando igualamos esto con aquello decimos es idéntico. La comparación, bellamente realizada, es una metáfora y el arte a lo largo de las épocas se ha valido de ella para expresar valores y sentidos de todo orden. Al ir un poco más lejos podemos pretender que esta metáfora identificatoria nos ubique en alguna verdad acerca de quien es –aún hoy y aquí- Eneas.

(croquis de J. Reyes) Eneas lleva a su padre Anquises sobre los hombros. Croquis de la escultura de Bernini.
En la escultura está presente la idea fundamental de la personalidad de Eneas: la piedad. No sólo porta Eneas a su padre Anquises, sino además lleva las estatuas de los Lares y Penates de la familia. El héroe no está simplemente huyendo del desastroso final de Troya, más bien está iniciando un éxodo que lo llevará en búsqueda de una nueva patria. Para esta empresa requiere de su pasado, de la raíz de su origen y sólo si se aferra a aquello que le es más propio y fundamental podrá salir airoso. Eneas está comenzando su designio y lo hace prácticamente sin vestiduras; a pesar de estar en medio de un combate no lleva ni armas ni armadura ni los atuendos típicos del guerrero. Aparece como un poderoso sencillo que sólo tiene consigo la grandeza de un destino.

La poesía es tal precisamente porque cuando dice o canta, al mismo tiempo calla y es eso que calla acaso lo que deviene como la poesía misma. Junto al decir se da el callar y cualquier interpretación que se adentre en ese campo tiene pocas posibilidades de ser exitosa o coherente. Sí podemos buscar reflejos, consecuencias y coincidencias en lo que el poeta escribió, pero de ahí a obtener sus verdaderas y profundas motivaciones y a decir con responsabilidad lo que el poeta quiso decir cuando dijo esto o aquello hay un abismo. Además no existen dos o más clases de poesía; sólo hay una y cuando llamamos poema épico a la Eneida estamos segregándola hacia un terreno que tal vez nos permite estar más tranquilos a la hora del estudio y del análisis, pero que en cuanto al poema no avanza para nada.
Así, no nos preocuparemos de las circunstancias que influyeron a Virgilio a escribir su poema. Es bien conocido que ciertos hechos, amistades y anhelos del poeta tienen una relación directa con la obra, pero basta una lectura de la obra para comprender en seguida que todo cuanto allí existe está mucho más allá de cualquier cotidianidad. Es posible decir que Virgilio se adentró en el mundo histórico y mítico porque su contexto, en ese momento, lo permitieron y hasta lo exigieron, pero el resultado es infinitamente mayor que la causa. No es esta la ocasión para descubrir la trascendencia que la obra virgiliana tiene para la civilización occidental; Eneas es alguien completamente diferente a cualquiera otro de los héroes que la poesía y la literatura han producido jamás. Nosotros, los latinos, hemos heredado a Eneas no sólo como un personaje que nos represente en cuanto a valores ni como modelo de acción o vocación. Eneas no es un semidiós que nos establezca modos o ejemplos ni de comportamiento ni de valentía. Ni siquiera es un reflejo de las complejidades del alma humana aún cuando sus dudas, sus pecados, sus fracasos y sus logros sean un magnífico espejo de cuanto el hombre es. Nosotros lo heredamos no como un capital –poético, cultural, etc.- del que disponemos para progresar. Eneas es (Iommi, Eneida-Amereida): “…como algo que alumbre, que venga a luz, que se de a luz como una mujer que da a luz y que con ello señale, indique o mejor dicho abra un campo existencial”. Heredamos a Eneas para que él nos de a luz una tradición que, si bien permanece callada en el poema, se oye de todas formas después de todos estos siglos. Heredamos a Eneas para que (Iommi, Eneida-Amereida): “…se destaque un camino de apropiación definitiva y glorificadora”. Si un camino ha sido abierto por la Eneida, precisamos que algún otro haya sido cerrado. En verdad son todos los caminos anteriores los que, más que cerrarse, han quedado incorporados en un nuevo tiempo.
Cuando Virgilio decide escribir un poema épico, es evidente que tiene en cuenta a la Ilíada y a la Odisea. Pero este tener en cuenta no es, en ningún caso, repetir lo que fueron estos poemas griegos. Por el contrario, ellos son la luz necesaria, lo que se requiere para reestablecer o remirar aquello que conforma la más profunda esencia de un pueblo: su leyenda. La Eneida es la leyenda de la fundación de Roma en el sentido de ser su fundamento más primigenio; allí donde está el más hondo modo del ser romano. La Eneida, más que interpretar ese ser, lo crea. Eneas era un mito como muchos otros que tenía el mundo romano, pero Virgilio lo lleva más allá del mito y lo convierte en la leyenda fundamental. Pareciera ser que los pueblos, las razas, las grandes naciones, requieren de un leyenda o epopeya fundamental para ser eso que son. No se trata simplemente de una identidad cultural o de la historia de independencias o las guerras de los padres de la patria, no hablo aquí de construcciones de ciudades o conquista de territorios. Me refiero a la creación íntegra de esa patria, desde el cero hasta la máxima grandeza. Ese acto de creación, que sólo lo puede la poesía, es lo que regala el origen y por lo tanto el destino a una nación y también a un imperio. Virgilio le regala a Roma su origen y al mismo tiempo le dicta su destino. No en términos de vaticinios ni predicciones como hacía el oráculo griego, sino en el sentido de sentido. Es decir, le da sentido al modo romano. Más aún, le da sentido al ser latino, a la latinidad toda. No es un sentido único y es más bien complejo, porque decíamos que en la poesía junto con el cantar se da el callar, por lo que aún cuando sea tremendamente explícito el dictamen en la Eneida. En el canto VI, Anquises le dice a su hijo: “creo también que habrá otros que tendrán la habilidad para dar al bronce el soplo de la vida y sacarán del mármol rostros vivos, defenderán el derecho con más elocuencia, describirán con el compás el movimiento del cielo y la salida de los astros; tú, romano, regirás a los pueblos con tu imperio. Tu oficio, recuérdalo bien, será imponer el hábito de la paz, perdonar a los vencidos y dominar a los soberbios.”, éste puede ser interpretado una y otra vez. Sin embargo es éste un mandato de destino y muy extraordinario por lo demás, pues es la primera vez que una nación poderosa tiene como destino u oficio “imponer el hábito de la paz y perdonar a los vencidos”. La latinidad es este modo y aún cuando se argumente que Roma ya había comprendido que su forma de ser imperio estuviese basada, entre otras cosas, en “urbanizar” al resto del mundo, aquí aparece con toda nitidez esta vocación. El mismísimo Dante va a decir que Roma cumplió con esto y que sólo bajo la pax romana pudo nacer Cristo.
La Eneida es la historia de un buscador de patria, de un errante. Eneas no es un guerrero y si bien debe librar una guerra siempre será Eneas el piadoso. Incluso en el momento cúlmine del poema, cuando va a matar a Turno, detiene su brazo y vacila un momento. Semejante vacilación no es una cuestión menor, no ha sido puesta allí para enternecernos ni para darle suspenso al desenlace. Esa vacilación es el tono de Eneas; es la expresión de lo que ha sido su peripecia; siempre llena de ‘piedad’.

el viaje de Eneas

La Plaza, ¿tradición griega?

Continuaremos entonces. Eneas da el paso-viaje-epopeya desde Grecia hasta Roma; Nosotros lo continuamos hasta nuestra América (en realidad Colón y Vespuccio y los que vinieron entonces son quienes lo continuaron). Todo esto a través de tres poemas: La Iliada, La Eneida y Amereida. Este transcurso es para sostener el hecho de que nuestro origen proviene efectivamente de Grecia y ya no sólo por cuestiones como el idioma o las tradiciones artísticas o el pensamiento filosófico o incluso los modos de hacer arquitectura. La relación que establecimos no fue a través de rigores históricos sino por medio de poemas. Es por tanto, una relación poética la que hemos establecido entre Grecia y América. Esta clase de relaciones no sólo no es una cuestión menor sino que se trata de aquel modo más hondo y potente en que las cosas se reúnen. La poesía nos indica algunas señas o signos donde esa relación está presente hasta hoy día. Quiero decir que los modos de Grecia, traspasados a nosotros a través de la latinidad, son parte constituyente de nuestra actualidad cotidiana más íntima, sin que lo sepamos la mayoría de las veces. Vamos a verlo a través de un ejemplo concreto.
Hoy día, si seguimos la línea que hemos trazado, nos correspondería ver una ciudad que es el símbolo máximo de todo lo griego. Cuando alguien habla de Grecia antigua, todo el mundo se imagina a Atenas. En Atenas se resuelve Grecia, alcanza su máximo esplendor. Se configura, por ejemplo, lo que hoy llamamos la democracia. Por supuesto que la griega no era como la nuestra, pero sus cualidades esenciales son lo que inspira el modo de gobierno de nuestra civilización occidental. Hay muchas cosas que podríamos anotar al respecto, pero quisiera concentrarme en una que va a tener directa influencia sobre el modo mismo en que son las ciudades hoy día. La democracia griega convirtió a los residentes de una ciudad en ciudadanos. Es decir cambió, para siempre, su estatura dentro de la organización de la vida social. Un ciudadano se diferencia de un residente porque posee derechos y deberes sobre y para con la ciudad. Su papel se juega en forma activa y no pasivamente. Muchas de las cosas que le suceden dependen de él y no sólo de la autoridad central. Estos deberes y derechos, este rol activo en el gobierno de los asuntos de la ciudad se da en un lugar, en un lugar físico llamado Ágora. La tradición del ágora es lo que ha pasado directamente hasta América personificándose en lo que nosotros llamamos Plaza. No importa que no tengan exactamente los mismos objetivos. Las leyes de indias establecían las partidas y las antipartidas, es decir, todo aquello que permitiría que una ciudad se construyese y todo aquello que eventualmente lo impediría. Existe un elemento primero sobre el cual apoyarse; la palabra del Rey. Así se estableció una prudencia única que determinaba lo que es favorable para que una ciudad sea fundada. Esto es un espacio no constreñido, pleno de libertad, donde los ciudadanos sin armas son conducidos hacia la plaza, es decir, hacia lo público. Así el hombre se vuelve repúblico (republicano). Es la antigua tradición del ágora, que propone un aire diáfano para la reunión de los hombres. Un aire diáfano es aquel en donde estar al sol o a la sombra representa suertes iguales y ésto no es otra cosa que el propósito de toda verdadera fundación: la plaza es la intersección entre el lugar y los hombres. Así la plaza no es solamente una parte esencial de la ciudad en cuanto permite una serie de condiciones que urbanizan; la plaza es el acuerdo o matrimonio entre el lugar y su fórmula, es el medio por el cual un hombre se vuelve habitante, es el modo en que el habitar consigue identificarse con tal o cual lugar. La plaza no es el avasallamiento ni el arrasar con las particularidades de un sitio, sino lo contrario; es aquello que recoge la versatilidad para traerla a presencia bajo dominio. Por esto los españoles preferían los climas benignos, porque en ellos se representa mejor esta antigua tradición del ágora.
Desde comarcas así establecidas se partía hacia las fronteras de la guerra y del castigo.


NOTAS.

1.  1874-1958. Alemán estudioso de Grecia, en “Las Musas. El origen divino del canto y del mito”, Buenos Aires, Editorial Eudeba, 1981

2. Zeus crea las musas uniéndose durante nueve noches consecutivas con Mnemosyne, quien es su quinta esposa. Las nueve musas son: Calíope (Καλλιόπη, ‘la de bello rostro’, de la poesía épica), Clío (Κλειώ, ‘la que celebra’, de la historia y de la poesía heróica), Erato (Ἐρατώ, ‘amorosa’, e la poesía-lírica-érótica o poesía amorosa), Euterpe (Ευτέρπη, ‘deleite’, de la música), Melpómene (Μελπομένη, ‘cantar’, de la tragedia del teatro), Polimnia (Πολυμνία, ‘muchos himnos’ de la poesía-lírica-sacra, es decir, la de los cantos sagrados), Talía (θάλλεω, ‘florecer’, de la comedia y de la poesía bucólica o pastoril), Terpsícore (Τερψιχόρη, ‘deleite de la danza’, de la danza, de la Poesía-Ligera), Urania (Ουρανία, ‘celestial’, de la astronomía y la astrología).

3. “Y aún campos tan distantes del mencionado como son los de los trabajos antropológicos se dice que el mito, según se lo encuentra en comunidades primitivas, es decir, en su forma original, no es mero relato sino realidad viviente; no se trata de pura ficción – parecida a aquella que gozamos en cuentos y novelas – sino de un hecho originario que de manera ininterrumpida domina y define el mundo y el destino de los hombres … es un factor viviente de la civilización humana, no una explicación intelectual o una fantasía artística … Afirmo – se nos dijo – que hay una clase especial de relatos que se incorpora a la ética y a la organización social y forma el elemento esencial de las culturas primitivas. Tales relatos no se propagan por su interés superficial, externo, ni como descripciones ficticias, o porque pretendan ser “verdaderos”, sino porque representan la afirmación de una realidad más allá y más importante que determina la vida actual, el destino y la “actualidad” del género humano, y porque su conocimiento constituye la base de acciones éticas y rituales”.

Iommi, Introducción al primer poema de amereida.

(4) DÉDALO E ICARO Y EL MINOTAURO.

Dédalo fue un prestigioso arquitecto, inventor y escultor ateniense. Trabajaba en su taller junto con su sobrino Talo, quién aparentaba ser un gran sucesor de su tío. Envidioso por el talento de su discípulo, Dédalo, entre una madrugada y otra decide matar a su sobrino.
Un día invita a Talo a pasear con él por el recinto del templo de Atenea y desde lo alto de las murallas lo arroja al vacío, luego baja del recinto, recoge el cadáver de su sobrino y lo entierra en un baldío.
Días mas tarde el tribunal consigue las pruebas del delito y condena a muerte a Dédalo, éste consigue escapar y embarca en un navío que va a Creta. Allí es recibido con todos los honores por el rey Minos, quien lo convierte en su servidor.
Un día, Pasifae, la esposa de Minos, pide al escultor que le fabrique una figura de vaca que se semejara a una verdadera para cometer tener relaciones sexuales con el toro blanco de Creta. Dédalo cumple, el toro es engañado y nace así una criatura dotada mitad de cuerpo humano y mitad de toro: El Minotauro. Para tratar de esconderlo y ocultar la infidelidad de su esposa, Minos ordena a Dédalo que construya un laberinto de donde jamás pudiera salir esta bestia. Al pasar los días en ésta celda, el minotauro, que se rehusaba a los alimentos ofrecidos, exige carne humana.
Un día, el Rey Minos recibió una trágica noticia: su hijo acababa de morir asesinado en Atenas. Minos clamó venganza, reunió a su ejército y lo envió a Atenas para iniciar el ataque. Atenas, al no estar preparada, no pudo ofrecer resistencia y solicitó la paz. Minos, con severidad dijo: «Os ofrezco la paz, pero con una condición: cada nueve años, Atenas enviará siete muchachos y siete doncellas a Creta para que paguen con su vida la muerte de mi hijo». Aquellos jóvenes serían arrojados al Minotauro para que los devorara. Los atenienses no tuvieron más remedio que aceptar aunque con una única reserva: que si uno de los jóvenes conseguía matar al Minotauro y salir del laberinto (cosa poco menos que imposible) no sólo salvaría su vida, sino también la de sus compañeros, y Atenas sería eximida de dicha condena.
Dos veces pagaron los atenienses el trágico tributo. Se acercaban ya el día en que por tercera vez la nave de velas negras, signo de luto, iba a surcar la mar. Entones, Teseo, hijo único del rey de Atenas, Egeo, ofreció su vida por la salvación de la ciudad. El Rey y su hijo convinieron en que si a Teseo le favorecía la suerte, el navío que los volviera al país enarbolaría velas blancas.
La prisión en Creta, donde Teseo y los otros jóvenes fueron alojados como prisioneros lindaba con el parque por donde las hijas del Rey Minos, Ariadna y Fedra, solían pasear. Un día el carcelero avisó a Teseo que alguien quería hablarle. Al salir, el joven se encontró con Ariadna, quien subyugada por la belleza y la valentía del joven decidió ayudarle a matar al Minotauro a escondidas de su padre. «Toma este ovillo de hilo y cuando entres en el Laberinto ata el extremo del hilo a la entrada y ve deshaciendo el ovillo poco a poco. Así tendrás una guía que te permitirá encontrar la salida». Le dio también una espada mágica.
A la mañana siguiente, el príncipe fue conducido al Laberinto, tomó el ovillo, ató el extremo del hilo al muro y fue desenrollándolo, a medida que avanzaba por los corredores. Tras mucho caminar, penetró en una gran sala y se encontró frente al temible Minotauro, que bramaba de furor se lanzó contra el joven. El Minotauro era tan espantoso, que Teseo estuvo a punto de desfallecer, pero consiguió vencerle con la espada mágica. Le bastó luego seguir el hilo de Ariadna en sentido inverso y pronto pudo atravesar la puerta de salida.
Teseo salvó su vida, la de sus compañeros y liberó a su ciudad de tan horrible condena. Dispuestos ya a reembarcar, Teseo llevó a bordo en secreto a Ariadna y también a Fedra, quien no quiso abandonar a su hermana mayor. Durante el viaje y tras una feroz tormenta tuvieron que refugiarse en la isla de Naxos. Vuelta la calma, emprendieron el retorno. Pero Ariadna no aparecía, la buscaron, la llamaron, pero fue en vano. Finalmente abandonaron la su búsqueda y se hicieron a la mar. Habían zarpado cuando Ariadna despertó en el bosque, después de caer extenuada por el cansancio. De pronto, y rodeada por monumental ceremonia se le apareció el joven más bello que nunca antes haya visto. Era Dionisios, dios del vino, quien le ofreció casamiento y hacerla inmortal. La joven aceptó y después de un viaje triunfal por la Tierra, el dios la llevó a su morada eterna.
En tanto, en Atenas cundía la tristeza. El anciano Rey iba todos los días a la orilla del mar, esperando ver a su hijo retornar. Al fin, el barco apareció en el horizonte. Pero traía las velas negras y el anciano desesperó. Es que Teseo, abatido por la desaparición de Ariadna había olvidado izar las velas blancas, signo de su victoria. Loco de dolor, el rey Egeo se arrojó al mar que desde entonces lleva su nombre. Pasó el tiempo y los atenienses reunidos en asamblea ofrecieron la corona a Teseo, quien se casó luego con Fedra y reinó por largos años.
Por otro lado, con la esclava Naucrates, Dédalo tuvo un hijo llamado Icaro, el cual fue encerrado junto con su padre dentro del laberinto por los engaños cometidos al rey.
Con el pasar del tiempo a Dédalo se le ocurre la idea de construirse alas para escapar del laberinto, y comienza a juntar plumas, las cuales va uniendo con trozos de lino abandonados en el laberinto y cera extraída de los panales de abejas. Así conforma los dos pares de alas que los elevan hacia el cielo de Grecia.
Los primeros momentos de vuelo son complicados. Los cuerpos no encuentran el equilibrio exacto, por lo cual Dédalo recomienda a Icaro que vuele siempre a una altura media: ni demasiado bajo, para no hundirse en el mar, ni demasiado alto, para que el sol no quemara las frágiles plumas.
Dédalo llevando la delantera no observa que Icaro, deslumbrado por la belleza del firmamento y con la música de los pájaros, comienza a cobrar altura poco a poco. Hasta que llega el momento en que los rayos del sol comienzan a ablandar la cera que sujetaba las plumas y éstas empiezan a desprenderse poco a poco hasta que Icaro cae al mar. Cuando Dédalo mira atrás, no encuentra a su hijo, pero ve dos alas que flotan en el mar y sobrevuela el lugar infinitas veces tratando de encontrar el cadáver de su hijo.
Dédalo llega a Sicilia y se pone bajo el servicio del rey Cócalo para quien construye un embalse, fortifica la ciudad…
Por su parte, Minos no se resigna a dejar escapar a Dédalo e inicia una intensa búsqueda. Para averiguar el lugar en que se esconde, por todas las ciudades por donde pasa, propone un problema técnico-intelectual y, al ver que el rey Cócalo le devuelve solucionado el problema, ya sabe dónde se halla el hábil Dédalo. En vano pedirá al rey que se lo entregue. Por el contrario, cuando Minos se está bañando, informadas por Dédalo de las costumbres de Minos, las hijas de Cócalo lo matarán echándole agua hirviendo.
Sobre el palacio de Knossos en la web.

(5) LA ILIADA. CANTO XX.
Explicación (Los dioses, en asamblea extraordinaria, no se ponen de acuerdo sobre a quién habia que favorecer. Aquiles, enfurecido, vuelve al combate y mata a tantos troyanos que los cadáveres obstruyen la corriente del río Janto).
Combate de los dioses.
Mientras los aqueos se armaban junto a los corvos bajeles, alrededor de ti, oh hijo de Peleo, incansable en la batalla, los troyanos se apercibían también para el combate en una eminencia de la llanura.
Zeus ordenó a Temis que, partiendo de las cumbres del Olimpo, en valles abundante, convocase al ágora a los dioses, y ella fue de un lado para otro y a todos les mandó que acudieran al palacio de Zeus. No faltó ninguno de los ríos, a excepción del Océano; y de cuantas ninfas habitan los bellos bosques, las fuentes de los nos y los herbosos prados, ninguna dejó de presentarse. Tan luego como llegaban al palacio de Zeus, que amontona las nubes, sentábanse en bruñidos pórticos, que para el padre Zeus había construido Hefesto con sabia inteligencia.
Allí, pues, se reunieron. Tampoco el que bate la tierra desobedeció a la diosa, sino que, dirigiéndose desde el mar a los dioses, se sentó en medio de todos y exploró la voluntad de Zeus:
¿Por qué, oh tú que lanzas encendidos rayos, llamas de nuevo a los dioses al ágora? ¿Acaso tienes algún propósito acerca de los troyanos y de los aqueos? El combate y la pelea vuelven a encenderse entre ambos pueblos.
Respondióle Zeus, que amontona las nubes:
Entendiste, tú que bates la tierra, el designio que encierra mi pecho y por el cual os he reunido. Me cuido de ellos, aunque van a perecer. Yo me quedaré sentado en la cumbre del Olimpo y recrearé mi espíritu contemplando la batalla; y los demás ¡dos hacia los troyanos y los aqueos y cada uno auxilie a los que quiera! Pues, si Aquiles combatiese sólo con los troyanos, éstos no resistirían ni un instante la acometida del Pelión, el de los pies ligeros. Ya antes huían espantados al verlo; y temo que ahora, que tan enfurecido tiene el ánimo por la muerte de su compañero, destruya el muro de Troya contra la decisión del hado.
Así habló el Cronida y promovió una gran batalla. Los dioses fueron al combate divididos en dos bandos: encamináronse a las naves Hera, Palas Atenea, Posidón, que ciñe la tierra, el benéfico Hermes de prudente espíritu, y con ellos Hefesto, que, orgulloso de su fuerza, cojeaba arrastrando sus gráciles piernas; y enderezaron sus pasos a los troyanos Ares, el de tremolante casco, el intonso Febo, Ártemis, que se complace en tirar flechas, Leto, el Janto y la risueña Afrodita.
Mientras los dioses se mantuvieron alejados de los hombres, mostráronse los aqueos muy ufanos porque Aquiles volvía a la batalla después del largo tiempo en que se había abstenido de tener parte en la triste guerra, y los troyanos se espantaron y un fuerte temblor les ocupó los miembros, tan pronto como vieron al Pelión, ligero de pies, que con su reluciente armadura semejaba al dios Ares, funesto a los mortales. Mas, luego que las olímpicas deidades penetraron por entre la muchedumbre de los guerreros, levantóse la terrible Discordia, que enardece a los varones; Atenea daba fuertes gritos, unas veces a orillas del foso cavado al pie del muro, y otras en los altos y sonoros promontorios; y Ares, que parecía un negro torbellino, vociferaba también y animaba vivamente a los troyanos, ya desde el punto más alto de la ciudad, ya corriendo por la Bella Colina, a orillas del Simoente.
De este modo los felices dioses, instigando a unos y a otros, los hicieron venir a las manos y promovieron una reñida contienda. El padre de los hombres y de los dioses tronó horriblemente en las alturas; Posidón, por debajo, sacudió la inmensa tierra y las excelsas cumbres de los montes; y retemblaron así las laderas y las cimas del Ida, abundante en manantiales, como la ciudad troyana y las naves aqueas. Asustóse Aidoneo, rey de los infiernos, y saltó del trono gritando; no fuera que Posidón, que sacude la tierra, la desgarrase y se hicieran visibles las mansiones horrendas y tenebrosas que las mismas deidades aborrecen. ¡Tanto estrépito se produjo cuando los dioses entraron en combate! Al soberano Posidón le hizo frente Febo Apolo con sus aladas flechas; a Enialio, Atenea, la diosa de ojos de lechuza; a Hera, Ártemis, que lleva arco de oro, ama el bullicio de la caza, se complace en tirar saetas y es hermana del que hiere de lejos; a Leto, el poderoso y benéfico Hermes; y a Hefesto, el gran río de profundos vórtices, llamado por los dioses Janto y por los hombres Escamandro.
Así los dioses salieron al encuentro los unos de los otros. Aquiles deseaba romper por el gentío en derechura a Héctor Priámida, pues el ánimo le impulsaba a saciar con la sangre del héroe a Ares, infatigable luchador. Mas Apolo, que enardece a los guerreros, movió a Eneas a oponerse al Pelión, infundiéndole gran valor y hablándole así, después de tomar la voz y la figura de Licaón, hijo de Príamo:
¡Eneas, consejero de los troyanos! ¿Qué es de aquellas amenazas hechas por ti en los banquetes de los reyes troyanos, de que saldrías a combatir con el Pelida Aquiles?
Y a su vez Eneas le respondió diciendo:
¡Priámida! ¿Por qué me ordenas que luche, sin desearlo mi voluntad, con el animoso Pelión? No fuera la primera vez que me viese frente a Aquiles, el de los pies ligeros: en otro tiempo, cuando vino adonde pacían nuestras vacas y tomó a Lirneso y a Pédaso, persiguióme por el Ida con su lanza; y Zeus me salvó, dándome fuerzas y agilizando mis rodillas. Sin su ayuda hubiese sucumbido a manos de Aquiles y de Atenea, que le precedía, le daba la victoria y le animaba a matar léleges y troyanos con la broncínea lanza. Por eso ningún hombre puede combatir con Aquiles, porque a su lado asiste siempre alguna deidad que le libra de la muerte. En cambio, su lanza vuela recta y no se detiene hasta que ha atravesado el cuerpo de un enemigo. Si un dios igualara las condiciones del combate, Aquiles no me vencería fácilmente; aunque se gloriase de ser todo de bronce.
Replicóle el soberano Apolo, hijo de Zeus:
¡Héroe! Ruega tú también a los sempiternos dioses, pues dicen que naciste de Afrodita, hija de Zeus, y aquél es hijo de una divinidad inferior. La primera desciende de Zeus, ésta tuvo por padre al anciano del mar. Levanta el indomable bronce y no lo arredres por oír palabras duras o amenazas.
Apenas acabó de hablar, infundió grandes bríos al pastor de hombres; y éste, que llevaba una reluciente armadura de bronce, se abrió paso por los combatientes delanteros. Hera, la de los níveos brazos, no dejó de advertir que el hijo de Anquises atravesaba la muchedumbre para salir al encuentro del Pelión; y, llamando a otros dioses, les dijo:
Considerad en vuestra mente, Posidón y Atenea, cómo esto acabará; pues Eneas, armado de reluciente bronce, se encamina en derechura al Pelión por excitación de Febo Apolo. Ea, hagámosle retroceder, o alguno de nosotros se ponga junto a Aquiles, le infunda gran valor y no deje que su ánimo desfallezca; para que conozca que le quieren los inmortales más poderosos, y que son débiles los dioses que en el combate y la pelea protegen a los troyanos. Todos hemos bajado del Olimpo a intervenir en esta batalla, para que Aquiles no padezca hoy ningún daño de parte de los troyanos; y luego sufrirá lo que la Parca dispuso, hilando el lino, cuando su madre te dio a luz. Si Aquiles no se entera por la voz de los dioses, sentirá temor cuando en el combate le salga al encuentro alguna deidad; pues los dioses, en dejándose ver, son terribles.
Respondióle Posidón, que sacude la tierra:
¡Hera! No te irrites más de lo razonable, pues no te es preciso. Ni yo quisiera que nosotros, que somos los más fuertes, promoviéramos la contienda entre los dioses. Vayámonos de este camino y sentémonos en aquella altura, y de la batalla cuidarán los hombres. Y si Ares o Febo Apolo dieren principio a la pelea o detuvieren a Aquiles y no le dejaren combatir, iremos en seguida a luchar con ellos, y me figuro que pronto tendrán que retirarse y volver al Olimpo, a la reunión de los demás dioses, vencidos por la fuerza de nuestros brazos.
Dichas estas palabras, el dios de los cerúleos cabellos llevólos al alto terraplén que los troyanos y Palas Atenea habían levantado en otro tiempo para que el divino Heracles se librara de la ballena cuando, perseguido por ésta, pasó de la playa a la llanura. Allí Posidón y los otros dioses se sentaron, extendiendo en derredor de sus hombros una impenetrable nube; y al otro lado, en la cima de la Bella Colina, en torno de ti, oh Febo, que hieres de lejos, y de Ares, que destruye las ciudades, acomodáronse las deidades protectoras de los troyanos.
Así unos y otros, sentados en dos grupos, deliberaban y no se decidían a empezar el funesto combate. Y Zeus desde lo alto les incitaba a comenzarlo.
Todo el campo, lleno de hombres y caballos, resplandecía con el lucir del bronce; y la tierra retumbaba debajo de los pies de los guerreros que a luchar salían. Dos varones, señalados entre los más valientes, deseosos de combatir, se adelantaron a los suyos para encontrarse entre ambos ejércitos: Eneas, hijo de Anquises, y el divino Aquiles. Presentóse primero Eneas, amenazador, tremolando el sólido casco: protegía el pecho con el fuerte escudo y vibraba broncínea lanza. Y el Pelida desde el otro lado fue a oponérsele como un voraz león, para matar al cual se reúnen los hombres de todo un pueblo; y el león al principio sigue su camino despreciándolos; mas, así que uno de los belicosos jóvenes le hiere con un venablo, se vuelve hacia él con la boca abierta, muestra los dientes cubiertos de espuma, siente gemir en su pecho el corazón valeroso, se azota con la cola muslos y caderas para animarse a pelear, y con los ojos centelleantes arremete fiero hasta que mata a alguien o él mismo perece en la primera fila; así le instigaban a Aquiles su valor y ánimo esforzado a salir al encuentro del magnánimo Eneas. Y tan pronto como se hallaron frente a frente, el divino Aquiles, el de los pies ligeros, habló diciendo:
¡Eneas! ¿Por qué te adelantas tanto a la turba y me aguardas? ¿Acaso el ánimo te incita a combatir conmigo por la esperanza de reinar sobre los troyanos, domadores de caballos, con la dignidad de Príamo? Si me matases, no pondría Príamo en tu mano tal recompensa; porque tiene hijos, conserva entero el juicio y no es insensato. ¿O quizás te han prometido los troyanos acotarte un hermoso campo de frutales y sembradío que a los demás aventaje, para que puedas cultivarlo, si me quitas la vida? Me figuro que te será difícil conseguirlo. Ya otra vez te puse en fuga con mi lanza. ¿No recuerdas que, hallándote solo, te aparté de tus bueyes y te perseguí por el monte Ida corriendo con ligera planta? Entonces huías sin volver la cabeza. Luego te refugiaste en Lirneso y yo tomé la ciudad con la ayuda de Atenea y del padre Zeus, y me llevé las mujeres haciéndolas esclavas; mas a ti te salvaron Zeus y los demás dioses. No creo que ahora te guarden, como espera tu corazón; y te aconsejo que vuelvas a tu ejército y no te quedes frente a mí, antes que padezcas algún daño; que el necio sólo conoce el mal cuando ha llegado.

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