abril 4, 2007

Legibilidad y Comprensión

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Carta 1
visitando el Guggenheim de Nueva York.

Una generalidad, el croquis posee una dimensión de “rescate”, en Valparaíso las casas en los cerros, en general, no poseen peso histórico, sin embargo son rescatadas luminosamente en el blanco de la hoja. Acá dentro del Guggenheim me sobra el blanco de la hoja, este interior es luminoso en exuberancia tiene límites que son difíciles de atrapar ( como dibujo y expresión de tamaño). Es brillo y reflejo a la vez; una ventana cuyo marco es el “edificio”. En el marco se aloja el visitante que recorre sus rampas, en este hueco vertical. Unión del suelo y el cielo por medio del blancor ininterrumpido y dibujado por quienes transitan y se detienen abalconandose.

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Carta 2 :

Recorriendo la ciudad de Nueva York por los paseos que se miran a sí mismos. Se tienen los paseos por las grandes avenidas, los de interiores de edificios y otros que corresponden al borde de la ciudad ( incluyo su borde vertical las “azoteas”). Pero existe otro: el Puente de Brooklin. En el puente la gente camina, realiza deporte y reposa teniendo a la ciudad enfrente, es una situación intermedia. Se está a distancia de la ciudad pero no se está fuera de ella, y lo
que aparece próximo es uno mismo. El sol baña por entero. Estas son las distancias que recibe el que llega a la orilla del mar. Como se dijo una vez en el Taller de América, con la luminosidad del día. Son unos remansos donde la proximidad remonta. 
Una ciudad, en la madurez de su conformación, permite u otorga la posibilidad de permanecer en el aire libre de los exteriores. Nueva York, por ejemplo, goza al ser visitada y la urbe se arma con la completitud de poder permanecer al aire libre en largas jornadas, las grandes avenidas, el parque, el circuito de galerías, museos, los barrios étnicos, el puerto, el puente, etc.)

 

 

Carta 3
Viajando en bus a Chicago desde Nueva York

Cabe la posibilidad de mirar en las praderas una dimensión espacial, ellas son sólo una extensión de verde vegetación. Ya transcurrido un buen rato de viaje prevalece continúa su presencia. A medida que pasa el tiempo, comienzan a compararse con el cielo amaneciendo. Lo cubre un velo, reflejándose en los prados una vastedad al modo –me parece- de cuando el cielo se funde con el mar, en lo que se denomina “horizonte”. Acá, horizonte es extensión vasta de verde prado comparable con el cielo. Un manto, un tamaño. Comienzo a pensar cómo va a ser el viaje por Arizona, relacionándolo con Valparaíso, pues las playas pueden ser un tamaño intermedio (no alcanzan a compararse con el cielo). Quizás sí para los que están tendidos. Tal
vez sea por esto, que cuando en la playa se reincorpora, comienza a voltearse, reconociendo su entorno. En este prado son de suertes iguales estar sentado y estar de pie.

 

 

Carta 4.

En un viaje siempre se está en una suerte de mirador. Por lo que situarse en un mirador constituido es una situación redundante. Yendo de viaje “todo” el suelo es un pedestal para mirar, pero estos miradores de Pittsburg conforman un abalconamiento. Desde acá la ciudad aparece con todos sus puentes. Todos ellos diferentes; uno al lado del otro, para sus distintos usos. Automóviles, trenes de carga y otros livianos (como los de pasajeros, transeúntes, etc.).
Cuento al menos seis. Desde la técnica y la ciencia de los materiales, el abanico de posibilidades es una expresión del tránsito en la ciudad. ¿Cómo vivir esto? ¿Cómo lograr que llegue a la palma de la mano? Con tiempo para dibujar. Estando en el interior de una ciudad aparece una expectación del dibujo que se lleva en el viaje; se tiende a dibujar con una demora poco habitual. Es un tiempo que se prolonga, al parecer se busca un tiempo de obra que tiende al dibujo con un cierto tiempo de proceso; como accediendo al tiempo que se requiere para levantar una obra. Tiempo para ver, conocer y extraer, todo en un cierto orden.

 

Profesor David Luza C.