junio 20, 2006

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El texto constelado como objeto de diagramación.

Puede entenderse la problemática actual del texto como la reminiscencia de un objeto tratable luego de un reconocimiento puro de sus entidades tabulares que permiten identificar su estructura esencial y la matriz sobre la que ha sido elevado a la calidad misma de lo que llamamos un “texto”. ¿Cuándo llamamos texto a un escrito? Cuando éste posee unidades identificables –unidades discretas al decir de Godo- que se constituyen como referencia transversales reconocidas internamente en el cuerpo del texto, las cuales revelan y traslucen la dimensión semántica que tal escrito posee.
La inauguración por parte de Mallarmé (1897) del blanco gráfico como entidad tabular (silencio sonoro al mismo tiempo) y constituyente del poema -y por consiguiente de toda la poética en adelante- determina las premisas para una ciencia del texto y una gramática de la creación que parte del reconocimiento de la realidad textual que no necesariamente obedece a una estructuración formal o puesta en página. Tenemos el caso de la ópera, cuando cada vez que se presenta un repertorio ya representado se hace necesario plantear una nueva puesta en escena, es el caso de Motzart, Wagner, etc.; incluso el Shakespeare actual. Lo literal se refiere a la remisión a la palabra (diferente para el caso de las traducciones); para poéticas, la palabra no caduca y el lector queda siempre ante las mismas entidades; en este sentido un poema es estricto, severo en su palabra y determinante en su sintaxis; no así su paginación, su laminado, su proyección; el acto poético nos ha excedido en las formas del poema y podemos llevar al extremo a la palabra y más allá de la impresión que exige el entintado o la diagramación; lo a viva voz del acto y la phalène nos abre a la problemática del poema como objeto y nos permite entablar un diálogo entre texto y lector que convierte a este último en autor de la muestra o modo en que lo legible se nos presenta.
Tomamos Amereida no como paginación, sino como un entero que guarda su consistencia (constitución); la partición del verso, o en el caso de las prosas, muchas veces obedece a limitaciones técnicas de diagramación (1967); los interlineados mismos atienden más a una cuestión plástica más que a un régimen de lectura. Asimos el texto como una gran entidad que nos permita verle en cuanto extensión y estructura; los blancos son representativos y nada corresponde al “original” en cuanto a poder citar, por ejemplo: Amereida página 122. Los que nos preocupa es el reconocimiento dentro del texto de esas “unidades discretas” que el lector puede marcar como (para él) notables y que ahonden el sentido que el poema guarda como un tesoro. La cuestión de estar ante el total puede ser una interrogante propia de la naturaleza humana; aquí un caso que se distancia del reposo de su librería y que gana en el ojo la gran extensión o el todo que cuando se tiene adelante otorga una comprensión que permite a cada cual decir su aquí del poema.
Tales marcas en el textos obedecen a la intimidad del lector y van construyendo en la sumatoria de todas y de cada una la noción de pueblo que puede comprender el texto que define su ethos; ¿cómo tiene cada cuál este poema? ¿Cómo Amereida es recibida por cada cual? Y cómo los “cada cual” constituyen esa lectura del todos, compartida, conformadora de pueblo, schola. La poesía hecha por todos se refiere al acto en que cada uno da una palabra que obedece a su capacidad de nombrar y traer adelante un vocablo para volverlo, por medio de una acción de conectiva, traslape o tabular, una palabra poética.
Estos nombres que titulan esas marcas se traspasan a un espacio gráfico no tabular, no emparrafado sino uno que obedece a la grafía de un cúmulo constelado, un mapa de palabras que vuelve a traer ese blanco con que el Golpe de Dados(léase el Prefacio) advirtió a lo futuro la posibilidad de lectura en un espacio no foliar; el gran libro de Mallarmé fue un imposible probablemente por esas restricciones técnicas que hicieron en Amereida cortar las palabras una a una y en muchos caso sin obedecer a la lectura o a un cuidado para el lector. Sin duda lo que aquí se muestra (2006) -este modo de disponer el poema de Amereida- no es una proposición de diagramación ni editorial; sí un instante en su lectura, estudio, análisis y comprensión; la poética no sólo obedece a los nombres o al decir, sino también a su cuestión de estampa o modo de disponerse en el espacio gráfico. Se trata de un espacio activo en que cada lector puede marcar el texto allí donde distingue algo que debe ser destacado.
El espacio del mapa o de visualización de los títulos obedece a la cuestión de tener una mirada que atiende al texto y a la imagen al mismo tiempo; estar ante y dentro de la problemática sería el modo actual de situarse del lector (la última modernidad? imagen-texto); la imagen acompaña en cuanto comprensiva del proceso, por eso diagrama, y no como ilustración de lo que se va leyendo. La visualización en Diseño Gráfico obedece a un proceso que está en constante transformación (léase el poema Diagrama de Flujo, J. Ashbery y véase el diagrama organizativo de la PUCV que también plantea la totalidad de un sistema y sus partes) y que requiere una permanente actualización puesto que el texto nunca deja de ser leído; la noción de historia hoy día no es una estática permanencia sino un continuus operandi… El Instante Segundo (2052) que señalara Alberto Cruz para la exposición de los 50 años de la Escuela desafía la justa medida de lo actual en cuanto puede uno plantearse el futuro como el continuo que muta por los requerimientos de su propio presente; el cada vez requiere volver permanentemente al original; para nuestro caso uno, Amereida, que concilia la problemática de la palabra y su representación; aún más: su recitado, por eso las palabras en el mapa obedecen a esa oralidad con que cada cual va nombrando su presente en el poema; tarea para el lector.

Taller de Título I, Diseño Gráfico
Constanza Duarte | María Jesús Correa | Basilio Cáceres

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