enero 11, 2005

Grafía y Palabra

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Me remito a pronunciar, a dejar que el dictado se introduzca y la posibilidad de oír de forma a una grafía que dilucide cuánto es de palabra y cuánto del dibujo; esa medida, este ajuste premonitor, dará porción a un vacío formador, en cuanto de verdad se experimenta.

Andar así a las anchas, a la hermandad de la geografía, a su disposición, a la suerte de un campo travieso…ir en ello, es promulgar y reconocer la distancia de lo próximo y que hace al presente portentoso y transitorio.

La Travesía nos entrega con posterioridad el discernimiento. El diseño consigue su grafía con la estampa, su correcto pronunciamiento, su hablar con propiedad, su buena ortografía, su ortología, su estudio de lo recto.

Se puede hablar de esa lejanía continental de la distensión, del sentido que bendice la actividad cuando lo es su plenamente o santidad por más profano. Hagiográfico, dibujante, reconocimiento que el haciendo es en sí prometedor.

De forma que lo advertido se erige; la figura que entre todos se conduce llega a una cima, encuentra su máxima y se hace presente.

Se trata de algo que rija, que anticipe la forma y advierta la posibilidad del obrar; la palabra anticipa cuando hay una figura que abre la disponibilidad.

Entonces se da forma, sólo ahí la transformación se permite proceder como un gran cambio de paradigma en que grafo y palabra se vuelven una misma cosa, una página, un manuscrito, una observación; un álbum que retrata y transcribe lo más propio de un entendido. Una manera de traer, no de quedarnos con ello.

La poesía en travesía es un acuerdo de sentido en que cada cual es un pronunciamiento, cuyo decir va a incidir en el recitado final. El acto es un concilio para evitar la diferencia y coincidir en las palabras.

En cierta manera la forma ya está; lo que no es todavía es cómo se da esa forma, el modo en que se construye para llegar a ella; ahí está la verdadera transformación.

A partir de esto, antecediéndose o sucediéndose, es que he traído estas dos palabras: la Ortología, en cuanto decir desde la intimidad inquebrantable; y la Hagiografía, como escritura de ese decir numinoso que hace de tal hablar un don para los otros.

Entonces tal decir tiene una transcripción; tal dictado un modo de oírse, y tal oírse una disposición espacial que no obedece a nada más que a la hospitalidad hacia la poesía.

La poesía no puede ser explicitada en una circunstancia; no habla de, sino que alude, renueva en cuanto cita el cometido de los oficios y sus quehaceres y no sus resultantes.

Tal modo de proceder conserva la gratuidad que la poesía se reserva para seguir siendo ella misma y no un comunicado, y sostiene su modo de darse cuando un pliego la recoge y le inscribe un dibujo para leer; entonces, dos realidades del trazo como una sola insignia. Así, la palabra y su decir se vuelven más luminosos todavía.

El acto con que terminamos este examen nos trae un poema en forma de Qué? En él se reúnen Amereida, Iruya y el decir de casa uno de los participantes de la Travesía articulados como el ramaje de un árbol que se abre y extiende hacia el cielo.