febrero 29, 2008

Teselador

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teselas equiláteras

En el contexto de la travesía a Purmamarca 2007, desarrollé un pequeño programa para dibujar con baldosas triangulares.

El quid del asunto en este caso radica en la capacidad que tienen estas unidades para dibujar patrones aperiódicos, es decir que a partir de unidades semejantes podemos salirnos del tedio de la regularidad para saltar a otra especie de infinito, aquel que emerge desde un orden concluso.

(Texto leído en el acto de exámen del Primer Año Diseño. Diciembre, 2007. Se comienza el examen leyendo el poema “Infinito” de Giaccomo Leopardi, traducción de Godofredo Iommi en Poemas Leídos en los Talleres de la Escuela de Arquitectura 1980-1981)

Siempre cara me fue esta colina yerma
y este seto, que en tanta parte
del último horizonte la mirada excluye.
Pero sentándome y mirando, interminables
espacios más allá de aquel, y sobrehumanos
silencios y profundísima quietud
en el pensar me finjo; donde por poco
el corazón no se espanta. Y como el viento
oigo susurrar entre estas plantas, yo, aquel
infinito silencio a esta voz
voy comparando y me sobreviene lo eterno
y las estaciones muertas, y la presente
y viva, el sonido de ella. Así entre esta
inmensidad se anega el pensamiento mío.
Y el naufragar me es dulce en este mar.

Logos (o la Ciencia)

La belleza en la ciencia, especialmente en el último tiempo, se ha comprendido como una simpleza en el lenguaje. La belleza ha demostrado ser siempre un juicio válido (desde la intuición –no científica, podríamos decir) para determinar el grado de verdad de alguna ecuación o teorema. Pueden surgir pruebas empíricas o experimentos que rebaten la fórmula, pero su argumento finalmente trasciende como pasajero y prevalece la belleza simple de la ecuación sucinta. La belleza en el lenguaje es la elegancia del nombrar en su brevedad y precisión.

La naturaleza, como dice Newton, se complace en parecerse a ella misma. Esto significa que hay pliegues y simetrías ocultas en ella. Cuando podemos escribir con belleza, podemos reconocer estos pliegues y simetrías dejándolos cifrados en la palabra que los nombra. Esto es la capacidad de retener de la unidad discreta que no es otra cosa que una cifra que nos permite otear el infinito. La otra lección que nos da la ciencia es que no se necesita algo más para obtener algo más: éste es el principio de emergencia. Basta ese orden y unos pocos accidentes para que emerja lo nuevo (o desconocido). Es desde esta pregunta que nos hacemos por el infinito que inquirimos a por la tesela y partimos desde ella por ser la unidad mínima del Diseño.

Pathos

Partimos con una idea o canon, una situación periódica (podríamos decir incluso tediosa) de la tesela, la unidad que recubre el plano euclídeo sin huecos ni solapamientos. Es desde esta situación regular que debía emerger el desconocido; del paso de lo periódico a lo no-periódico, de la repetición a la singularidad (para que sin algo más, obtengamos algo más). Éste es el sentido de la unidad discreta y de la forma en el Diseño. Para pasar del logos al pathos el taller tuvo que fabricar estas baldosas. Para ello construimos una prensa a partir de una gata hidráulica para comprimir la mezcla de cemento, arena, tierra de color y agua. Nuestra estrategia de travesía fue formular la construcción de la baldosa como la base geométrica en la cual cada alumno quedó inscrito con el diseño de una superficie propia determinada por unas condiciones especiales que aseguraban la continuidad (o conexión) entre todas ellas. Llegamos a construir alrededor de 200 baldosas buenas para la obra de la travesía. Es este número que nos permite construir lo otro, el más. Pero no tuvimos ninguna anticipación a la obra, sólo la partida desde la unidad. La relación entre las unidades era algo no previsto en la particularidad de la travesía. En este sentido cabe reconocer que la lección del taller no fué a propósito del hecho constructivo ni de la logística proyectual, sino más bien a propósito de la voluntad y la pasión que sostiene una obra de esta naturaleza, voluntad y pasión que permite que emerja la forma desde la idea, de pasar del logos al pathos, pasar desde la estrictez geométrica a la realidad accidentada del mundo, desde la palabra al otro.

Ethos

El Diseño es un oficio que siempre es muy elusivo en cuanto definición, pareciera que todo le concierne; todos los quehaceres, todas las materialidades, todas las ocasiones, etc. Casi podríamos decir que es un oficio imperialista, que llega a todos lados como el imperio de la lengua. Pero se trata de desplegar en otro, la fiesta: éste es el sentido. Entonces, es un oficio indirecto porque nosotros hacemos cosas para que esas cosas hagan algo en el otro, para que nos encontremos con el otro. La cruel paradoja es que cuando nos ocupamos de la forma, ella nos obstruye la vista para ver al otro y se convierte ella misma en un fin. Pero no podemos no tener la forma, de hecho ella es la única entrada al oficio. Al Diseño se entra por el “saber hacer” de la forma pero el secreto es no perder de vista el sentido. La travesía en esta flecha de la forma va a encontrarse con el otro.

En la travesía nos encontramos con un pueblo que se estaba fundando (suerte propia de la travesía): participamos de la fundación de un pueblo. Se trata de una asentamiento indígena a 4 kilómetros del pueblo de Purmamarca: “Pueblo Nuevo de Chalala”. Así como los asentamientos humanos se van ordenando a lo largo de los ríos, porque van siendo habilitados por el agua, nosotros quisimos construir la fuente pública del pueblo, el agua de todos. Y en esta vocación que tiene la tesela de retener; de retener en ella misma cifradas otras dimensiones, quisimos que estuviera presente el reflejo del cielo, la irregularidad del suelo, el dibujo de una constelación (Canis Mayor) y el curso del agua, trayendo el sentido atávico del observatorio andino para así vincular nuevamente el suelo y el suelo.

Texto leído a la comunidad indígena de Chalala

Para el Pueblo de Chalala con motivo de la inauguración de la Fuente del Pueblo Nuevo, obra realizada durante la Travesía a Purmamarca, Noviembre 2007. Escuela de Arquitectura y Diseño, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

Hay una cierta dedicación, una paciencia
y una pasión que consiste en buscarle
un comienzo al comienzo. Y esto es lo
que hace a un principiante.
Las más veces parece tontera o locura
o simplemente pérdida de tiempo esta
aplicación en tantear y calcular el
comienzo de algo que comenzó
hace tiempo. Pero esto es lo que hace a un principiante.

Nosotros somos los principiantes
y hemos venido desde lejos aquí.
Y ustedes aquí son los príncipes.
Los príncipes aparentemente nada
tienen que ver con los comienzos de los
comienzos. [1]de Amereida, Volúmen Segundo

Pero en realidad ustedes viven en un comienzo, en el comienzo del pueblo nuevo, viven en la épica del fundar, del comenzar una ciudad.

La obra que hoy hacemos presente quiere inscribirse en esta épica del fundar, que es construir el presente en relación a nuestro suelo. El agua es, en este sentido, el elemento que posibilita que un pueblo comience y por eso quisimos darle forma a la fuente pública, al agua de todos.

Esta fuente dibuja el camino del agua con un suelo de mosaicos o teselas, del mismo modo en que los pueblos de la quebrada quedan unidos por los caminos naturales del agua. Estas teselas tienen dibujos que se conectan para hacer un dibujo mayor. Con este dibujo se trazan los canales y espejos de agua. De noche, estos espejos permiten mirar el reflejo de las estrellas al modo de las gentes antiguas.

El camino del agua queda terminado por un signo escultórico, un grupo de estelas que se recortan contra el paisaje de la quebrada y que recuerdan el sentido del artificio humano que modifica el paisaje natural.

Todo ello conforma La Fuente del Pueblo Nuevo, cuyo sentido, más allá del fin utilitario y práctico, es celebrar la unión del cielo y el suelo junto con la fertilidad fundadora que el agua nos trae.

¿no iluminan así las estrellas a los hombres
y esclarecen
para que haya pueblo?

Chalala, 10 de Noviembre de 2007

References

References
1 de Amereida, Volúmen Segundo