octubre 6, 2008

Ruedo del Bosque, Obra de Diseñadores en Travesía

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Travesía del Pangal, Maullín, Chile, año 2006

La travesía se desarrolló en el sector de Maullin al Sur Oeste de Puerto Montt.
Nuestra memoria recordaba con cierta nostalgia las travesías a San Ignacio de Huinay, Santamaría del Mar y Raúl Marín Balmaceda. El viento, la lluvia y el frió serían esta vez parte de la imagen que alimentaba los primeros rasgos de la obra a realizar.
Muchas veces, quienes quieren saber del por qué y del cómo realizamos las travesías, nos preguntan por qué viajamos a ése u otro lugar; tendemos a responder que la decisión entre muchos factores se toma tratando de hacer coincidir  la voluntad poética que anima toda travesía y  la posibilidad concreta que tanto los recursos económicos, temporales y el cuanto de personas del taller permiten proyectar. Todo lo que ocurre entre estos dos extremos configura finalmente la decisión del lugar de la travesía.
Pero, en  esta ocasión, existía también un componente de carácter formativo, pues se trataba de realizar una obra de travesía que nos obligase a permanecer en el lugar de obra, mucho más tiempo que el acostumbrado en las últimas cuatro travesías (cinco días de permanencia con diez días de viaje). Esto para generar en los alumnos la conformación de una disciplina de obra que no se había obtenido en el transcurso del año. Detectábamos entonces un cúmulo de carencias que podían ser subsanadas a través de una experiencia que obligase a asumir magnitudes de obra mayores a las realizadas hasta la fecha. Así la definición del lugar exigía al menos una mínima distancia necesaria para sentir el viaje (modo de provocar el desarraigo) y  a su vez una posibilidad de permanecer a lo menos diez días en obra, por cuanto ese tiempo nos permitiría generar el ámbito necesario para que el taller se configurara y madurara a través de las faenas de construcción. De este modo, esta travesía en especial incluía dentro de sus requerimientos una acción pedagógica a cuidar.

El mismo día de la llegada al lugar donde pernoctaríamos (Camping en el sector de Pangal a unos treinta minutos del pueblo hacia la costa, en la desembocadura del río Maullín) nos separamos por grupos, los que se dirigieron en busca de un lugar para la obra. Los alumnos emprendieron recorrido hacia la playa, al norte y sur del camping, otros se adentraron en un bosque de pinos y otros permanecieron en los bajos dunales que quedaban entre el mar y el bosque. Mientras tanto los profesorescomenzamos la caminata hacia el interior del camping, entre el bosque de pinos y un bosque de aromos australianos que daba muestras evidentes de tala. Nos adentramos en éste, a través de posas de agua y verdes claros de pasto que el bosque dejaba ver a la luz del sol. De pronto, nos encontrábamos avanzando entre largos aromos caídos, que al modo de un camino verde fosforescente dibujaba el suelo del bosque remarcado por el musgo de años acumulado sobre los árboles caídos durante un temporal por allá en los años ochenta. Allí, sin mucho pensar y sorprendidos por la belleza infinita de ese bosque horizontal tendido a los pies de los árboles  que aun se erguían, sobrecogidos ante la exuberante natura nos convencíamos que ese era el lugar de la obra. Sí quedamos enmudecidos por ese inesperado verde, lo quisiéramos o no, la naturaleza se mostraba como una imagen significante de ese bosque del sur que habíamos imaginado antes de partir.

El poema que pensábamos regalar al lugar se leyó allí ante los alumnos, indiscutiblemente todos asintieron al lugar, sin dejar de señalar que estábamos con seguridad en un lugar donde rara vez había llegado persona alguna, todo parecía intocado, virgen. Tan fuerte era esta naturaleza que no tardó en tocar la sensibilidad ecológica de los alumnos, tan propia en los jóvenes de hoy, y los reclamos por nuestra presencia e intervención en el lugar no se harían esperar.


De este modo y sabiendo oír esas voces actuales, insistimos se construyese un paso permanente, que no hiciésemos más camino que uno solo y que el musgo de los árboles debía ser cuidado para evitar su destrucción. Durante los más de diez días que permanecimos en ese bosque, el suelo que quisimos cuidar se fue convirtiendo poco a poco en una gran piscina de barro que rodeó la obra por cada esquina de la misma.
Esta sensación de estar interviniendo este lugar inmaculado fue con seguridad el detonante de la obra misma, ¿cómo podíamos posarnos en este suelo sin intervenirlo radicalmente? Ella era la pregunta y también la respuesta -posarse- la obra debía ser una suerte de manto que desplegado sobre los árboles no se fundase sino solo se afianzase entre cada uno de los troncos, para suspenderse entre los mismos. Con seguridad las soluciones constructivas derivadas de nuestra escasa tecnología así como de la falta de los materiales apropiados y también del escaso tiempo con que contábamos fue haciendo necesario tomar determinaciones que no serían las más coherentes con la imagen de “suspensión y no intervención en la naturaleza” esto, como el máximo cuidado posible del bosque. No era menor en nuestro pensamiento lo que el bosque sería sin la obra que realizábamos, nada más que un montón de leña que ya se asomaba a unos metros de distancia, representado esto por el aserradero móvil que nos recibía a diario antes de iniciar nuestras faenas. Así, esta travesía, que lejos de pensarse como una acción ecologista, nos ponía en la encrucijada de salvar un bosque a través de una obra y un poema. Pensábamos entonces en Amereida que en alguna de sus páginas señala “o desapegos que uno mismo ignora”.

Mientras la obra avanzaba, los alumnos realizaban cada día  un acto que daba sentido a la jornada, la fiesta así celebraba la jornada y el trabajo acometido. Recuerdo en especial uno de ellos; un alumno nos esperaba en el medio de un círculo trazado sobre las arenas de la playa que en su interior contenía cuatro cucuruchos de papel. Ingresamos todos al ruedo y estando dentro, cuatro voces resonaron entre nosotros, tales murmuraciones que declamaban el poema de la travesía salían de aquellos cucuruchos que escondían las cabezas de los declamantes enterrados en la arena. Allí la palabra ruedo cobró sentido, todos dentro del circulo, aislados de la naturaleza, sostenidos por el sonido de la voz venida desde el suelo.

Este ruedo para escuchar un poema o, para leerlo y escucharlo, era la forma de la obra, se trataba que allí en ese bosque de pura naturaleza nos volviésemos hacia el texto que venía desde el suelo igual que la voz de los enterrados en la arena. Desde esto, la obra de travesía adquirió sentido y como primera imagen de su forma, pensamos en un manto de madera que se posase entre los árboles y que al modo de un círculo se cerrase sobre sí mismo para leer el poema de la travesía.

Pero, si de leer se trataba, ¿cómo sería entonces la luz que bañaría los textos?, ¿cuál era la luz, que alejada de la luz de la naturaleza se convirtiese en abstracción y artificio que bañase el poema?. Antes de partir de travesía un grupo de titulantes trabajaba en un manto de puntos recortados en un paño negro que se iluminaban con el sol, construyendo este un bosque de hipostilas de luz que atravesaban el espacio entre el manto y el suelo. Estas luces, la de los puntos que se extendían en haces, parecían ser gotas de lluvia que se extendían como estelas húmedas que aparecían y desaparecían en la superficie de un charco. Esta relación entre el agua y la luz fue entonces el modo de hacer visible la luz artificial que requería la obra, este era el artificio que dejaría al poema ubicado e iluminado para ser leído, debiéndose construir para ello diez losas de hormigón donde el poema quedaría inscrito.

Se trataba de unir  la luz contenida en una gota de agua que, atrapada por una red y en suma de muchas gotas, construiría un espejo que bañaría el poema dispuesto en el suelo. Evidentemente este deseo lejos de lograrse, otorgaba sentido y coherencia  al cierre formal de la obra. Para esto realizaríamos un conjunto de marcos que contendrían las redes que atraparían el agua de la lluvia que seguiría cayendo y recorriendo el total de la obra a través de los marcos que sostenían el poema a modo de canaletas de aguas lluvias. Todo ello se construyó, pero no pudo ser comprobado pues en los últimos días de realización de la obra la lluvia había partido en franca retirada.

Al retorno de la travesía y cuando la obra se presentó en el examen final del taller ante el pleno de profesores y alumnos de la escuela, un profesor de arquitectura señaló que habíamos realizado una obra de arquitectura, más no nos parecía, pensaba que lo realizado era efectivamente un manto que se había depositado sobre los árboles, que más allá de las soluciones constructivas decididas por el apremio, la voluntad de la obra radicaba en su absoluta independencia del suelo, es decir, esta no se fundaba, sino solo se posaba, casi con una voluntad absoluta de ser un mueble y que si efectivamente se entendía como una obra de arquitectura, ella no se orientaba sino sólo tomaba posición, y que ello dependía de la dirección del viento y de la lluvia , que entre otras cosas, en el sur de Chile es siempre cambiante y por último, ¿qué sentido tenía entonces para un diseñador atravesar una distancia y no encontrarse con  los tamaños del continente que pusiesen en discusión los tamaños de la obra del diseño? ¿No era acaso esta voluntad poética, la de recorrer y dejarse atravesar por el continente más fuerte que los parámetros preestablecidos del propio oficio?

Esta travesía trata entonces del diseño y todas aquellas dimensiones sensibles con las que nos encontramos y con aquello a lo que no podemos renunciar por efecto de las definiciones históricas y culturales a través de las cuales nombramos lo arquitectónico o lo de diseño y en especial, de las libertades que todo oficio se cobra, ¿Cuál es al fin el límite?, o mejor aún, ¿qué limite?, ¿no es acaso la travesía una ocasión para encontrarse con el borde del oficio? Sí, borde como el del mar, distinto esto a límite o pre definición de lo que un oficio “es” y “ debe hacer”.

Travesía del Pangal, o de la disputa del Diseño y el lugar.

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