noviembre 27, 2006

Travesía a Sucre

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Palabras de Entrega y de Proclamación de la Obra de Travesía
En Sucre, el 11 Noviembre de 2006.

En este acto de entrega quisiera que Uds., nos permitieran hablar como los afuerinos que somos. Porque uno que viene de fuera ve por primera vez aquello que los habitantes de Sucre viven todos los días. Pues, nosotros – afuerinos – al llegar quedamos con fuerza ante la ciudad, ésta de Sucre, y realizamos esta obra para quedar, aunque sea por brevísimo tiempo, dentro de ella. Del mismo modo Uds., chuquisaqueños, dentro de los afanes propios que pide una ciudad capital – ésta de Sucre – tal vez, a veces, se detengan a mirarla cual si la vislumbraran de lejos. Esta obra, en este lugar, al centro del largo Parque Mariscal Sucre, está hecha para acoger este último momento: aquel del paseante que al atravesarla, se vuelva a recordar su ciudad, por aunque sea un instante.

Este instante es, en verdad, una vuelta al origen. Nuestro propio y singular origen. Es volver a aquello que poseemos, reconociendo confiadamente que, aquí mismo, tenemos un tesoro. Decimos “confiadamente” pues siempre dudamos al mirar aquello que, a lo lejos, nos parece mejor. Así, permítanme decirles humildemente que aquí, en esta ciudad, Uds., poseen un gran bien. También digo “humildemente” pues aquello que queremos decirles Uds., ya lo saben.

Este gran bien es aquel de haber sido Sucre fundada en la fuente, en el nacimiento, en el origen de dos ríos: el río Pilcomayo y el Río Grande.

En 1984, hicimos una travesía a Santa Cruz de la Sierra y entrando por el norte argentino – en la frontera – nos tocó atravesar el río Pilcomayo. Una vez en la ciudad de Santa Cruz nos encontramos con el Río Grande que la rodea. Naturalmente, uno se pregunta ¿de dónde vienen y hacia dónde van estos ríos?.

Sorprendentemente ellos son dos ríos que van a dar a las dos más grandes cuencas americanas: el Pilcomayo, a través del Paraná a la cuenca del Río de la Plata y el Río Grande a la cuenca del Amazonas, después de un largísimo camino que atraviesa la mitad del continente americano. Pero, más sorprendente aún, es que el Amazonas – hacia un lado – y el Río de Plata hacia el otro, tienen su origen y nacimiento en un mismo lugar: al Norte y al Sur de la ciudad de Sucre.

Ello nos hace suponer que Sucre está ubicada, evidentemente cual signo, y no metros, en el punto más alto de América. Pues aquí brotan las primeras gotas, hilos de agua, arroyuelos, que se extenderán a gran parte de América al confluir al curso de sus grandes ríos.

En todos estos años de travesía por América siempre nos sorprende el sentido de territorio que tuvieron los españoles al fundar sus ciudades en relaciones continentales. Pues ésta, el lugar de la fundación de Sucre, nos parece ser – en América – un lugar clave y, como ya se dijo, único. Creo que no existe en nuestro continente otro enclave con tal extensión como la de Sucre. Esto, por supuesto, es una mirada a vuelo de pájaro.

Pero al llegar aquí, a la ciudad de Sucre, nos encontramos con dos signos visibles de tal origen: los cerros Sica-Sica y Churuquella y su separación en una angostura tal como aquí se separan los ríos Pilcomayo y Río Grande.

Este es un punto de origen de la ciudad pero también la ubicación de la plaza 25 de Mayo que da origen a la traza ortogonal. Se trata de una ciudad única: es la fuente de dos ríos, enfrentada a sus dos cerros, con la abertura hacia las dos más grandes cuencas y con sus dos fundaciones. Tal es su origen y su historia.

Fuimos recibidos aquí por la Arquitecto Marcela Casso y por el Vicerrector de la Universidad del Valle Dr. Carlos Pacheco Tapia, quienes han puesto a nuestra disposición todas las instalaciones de la universidad. Más aún, Marcela Casso hizo todas las gestiones para tenernos un sitio donde levantar la obra, antes de nuestra llegada. De modo tal, que sin ellos, en el reducido tiempo del cual disponíamos, esta obra no hubiera sido posible. Nuestro más gran agradecimiento, pues, al sencillamente oírnos, ellos han hecho patente la hospitalidad que hemos recibido, de manera generosa, de todos los chuquisaqueños con que nos hemos encontrado. Lo cual manifiesta el espíritu de hospitalidad que nos une a todos nosotros, americanos.

Al encontrarnos aquí, en este sitio, nos dimos cuenta de su inmejorable ubicación. No sólo por su proximidad a las instalaciones de la universidad sino porque se encuentra al centro de un largo paseo: el Parque Mariscal Sucre. Y aquí quisiera hacer un elogio a aquellos que le han ido dando forma a la ciudad actual. Hemos visto, en nuestros poquísimos recorridos por la ciudad, que en los cambios de dirección de las calles y en sus encuentros con otras existen rotondas, plazuelas y plazoletas. Y que, en los antiguos cursos de los arroyos, como en esta hondonada, se han construido áreas verdes. Esta, en especial, pertenece a una gran lonja verde de la ciudad. Un paseo a lo largo de una hondonada de suavísima pendiente.

Todo esto da forma a un acto de esta ciudad: el goce y disfrute de lo en común. Pues, aquí los vecinos en sus casas y edificaciones en los cerros son copropietarios de la luminosidad y frescura de este parque.

Así, en esta ciudad, se ve visiblemente su sentido de solidaridad. Todos sus habitantes solidariamente gozando de sus bienes.

La arquitectura es un arte que edifica aquello que el hombre habita. Nosotros nos decimos que es “la extensión orientada que da cabida”.

Así, con todo lo anterior, nos hemos propuesto reunir, a través de esta levísima edificación, la proximidad – ésta del lugar – y la lejanía – aquella de los grandes ríos. Pues esto es lo que nos advierte la poesía de Hölderlin, “El Archipiélago”.

Así, mirando aquello que acontece aquí, donde la gente pasa a lo largo, nos propusimos dar forma a este paso. Mediante lo mínimo: sólo un vano a través del cual se pasa y, en lo alto del dintel, también otra advertencia poética, esta vez, de Amereida, el poema épico de América:

Por un lado:

y partido
– como una lágrima –
a los grandes es ríos

Y por el otro:

en mi cara tiembla
una inmediata lejanía

El tamaño de este pequeño pabellón en esta plazuela es aquel que hemos podido realizar en este brevísimo tiempo con el quántum de personas que somos: 24 alumnos más dos profesores. Ellos los alumnos, a través de estos vanos luminosos – los módulos que cada cual ha realizado – le entregan a la obra su luz. A través de la sombra que proyectan . Así la obra, mediante estos pormenores, les pertenece a ellos y nosotros, los profesores, les construimos el soporte. Este pequeño pabellón da cabida a aquellos que por aquí pasan cotidianamente y su orientación se abre hacia la angostura entre el Sica-Sica y Churuquella y se cierra siguiendo la dirección de la plaza 25 de Mayo que da origen a su primera traza.

Quisiéramos así a través de este, casi, dibujo espacial de una obra de arquitectura, reunir origen y destinación de la ciudad de Sucre. Una locura, se dirían Uds., chuquisaqueños, pero es lo que nos corresponde.

Quisiéramos terminar invitándolos a un brindis con vino chileno como signo de hospitalidad. Pero antes los alumnos quiesieran proclamar a viva voz los versos de aquellos poemas que nos iluminan y que nos abren a ocuparnos de estos afanes.

Isabel Margarita Reyes Nettle
Mario Zamorano Inostroza
Arquitectos